jueves, 26 de enero de 2012

CUENTA BANCARIA EMOCIONAL

Extraído del Libro Los 7 Hábitos de la Gente Altamente Efectiva de Stephen R. Covey
 

Todos sabemos lo que es una cuenta bancaria. En ella efectuamos depósitos y constituimos una reserva de la que podemos exigir retiros cuando los necesitamos. La «cuenta bancaria emocional» es una metáfora de la confianza incorporada de una relación. Es el sentimiento de seguridad que tenemos respecto de otro ser humano.

Si aumento mis depósitos en una cuenta bancaria emocional de la que hago a usted depositario, mediante la cortesía, la bondad, la honestidad, y mantengo mi compromiso con usted, yo constituyo una reserva. La confianza que usted tiene en mí crece, y yo puedo apelar a esa confianza muchas veces, en el caso de que la necesite. Incluso puedo equivocarme, y ese nivel de confianza, esa reserva emocional, compensará la diferencia. Puede que mi comunicación no sea clara, pero usted me entenderá de todos modos. Cuando la cuenta de confianza es alta, la comunicación es fácil, instantánea y efectiva.

Pero si tengo la costumbre de mostrarme descortés e irrespetuoso, de interrumpirlo, de exteriorizar reacciones desmesuradas, de ignorarlo, de comportarme con arbitrariedad, de traicionar su confianza, de amenazarlo, si en su vida no valgo dos céntimos, finalmente mi cuenta bancaria emocional quedará al descubierto. El nivel de confianza será muy bajo. ¿Qué flexibilidad puedo esperar? Ninguna. Estoy paseando por un campo minado. Debo tener mucho cuidado con todo lo que digo. Sopeso cada palabra. Protejo mi retaguardia, politiqueo. Y muchas organizaciones funcionan así. Muchas familias funcionan así. Muchos matrimonios funcionan así.

Si una gran reserva de confianza no se sostiene mediante depósitos constantes, el matrimonio se deteriora. En lugar de una comunicación y una comprensión ricas, espontáneas, la situación se convierte en acomodaticia, en la que dos personas simplemente tratan de vivir con estilos diferentes, de manera respetuosa y tolerante.  La relación puede deteriorarse más, y volverse hostil y defensiva. La respuesta «de lucha o fuga» da origen a batallas verbales, portazos, mutismo, repliegue emocional y autocompasión. Puede terminar en una guerra fría en un hogar sostenido sólo por los hijos, el sexo, la presión social o la protección de la imagen. O bien concluir en una guerra abierta en los tribunales, donde pueden librarse durante años amargas batallas legales que destruyen el ego, mientras cada una de las partes revive los pecados del otro ex cónyuge.

Nuestras relaciones más constantes, por ejemplo el matrimonio, requieren los depósitos más constantes. Con expectativas que no menguan, los antiguos depósitos se evaporan.  Cuando uno se encuentra con un antiguo compañero de la escuela media que no ha visto durante años, puede retomar la relación exactamente donde la había dejado, porque allí están todavía los antiguos depósitos. Pero las cuentas con las personas con las que interactuamos más frecuentemente requieren de depósitos más constantes.  Las interacciones diarias o las impresiones que dejamos (de las que ni siquiera nos damos cuenta) determinan a veces retiros automáticos. Esto es especialmente cierto con respecto a los adolescentes.

Supongamos que uno tiene un hijo adolescente y que las conversaciones normales con él siguen la línea de «Limpia tu cuarto, abotónate la camisa, apaga la radio, ve a cortarte el pelo, ¡y no te olvides de sacar la basura!». Al cabo de un período de tiempo, los retiros exceden en mucho a los depósitos.

Ahora bien, supongamos que ese hijo está a punto de tomar algunas decisiones importantes que afectarán al resto de su vida. El nivel de confianza es tan bajo y la comunicación está tan cerrada, y es tan mecánica e insatisfactoria, que el jovencito simplemente no mostrará ninguna receptividad hacia sus consejos.  Usted puede tener conocimientos y sabiduría para ayudarlo, pero como su cuenta está tan al descubierto, su hijo terminará tomando una decisión con una perspectiva emocional a corto plazo, de la que bien pueden resultar muchas consecuencias negativas a largo plazo.  Usted necesita un equilibrio positivo para comunicarse sobre esas delicadas cuestiones. ¿Qué hacer entonces?

¿Qué sucedería si empezara a tomar decisiones concernientes a la relación? Tal vez tenga oportunidad de tener con el muchacho pequeñas atenciones: comprarle una revista sobre patinaje si el tema le interesa, o acercarse a él cuando trabaja en un proyecto escolar, para ofrecerle ayuda.  Tal vez pueda invitarlo al cine, o llevarlo a tomar un helado.  Probablemente el depósito más importante entre los posibles consista simplemente en escuchar, sin juzgar, predicar o leer su propia autobiografía en lo que él le dice. Solamente escuche y trate de entender.  Hágale sentir su preocupación por él, el hecho de que lo acepta como persona.

Puede que al principio el joven no reaccione.  Incluso puede desconfiar. «¿Qué pretende papá? ¿Qué técnicas está ensayando esta vez mamá conmigo?» Pero en la medida en que esos depósitos auténticos no se interrumpan, empezarán a sumarse.  Disminuirán nuestros números rojos.

Recuerde que el arreglo rápido es un espejismo. Construir y reparar las relaciones lleva tiempo. Sí uno se impacienta por la falta de respuesta o la ingratitud aparentes, tal vez esté retirando grandes cantidades y anulando todo el bien que ha hecho. «Después de todo, nuestros sacrificios fueron por ti. ¿Cómo puedes ser tan ingrato? Tratamos de ser buenos contigo y tú actúas así. ¡No puedo creerlo!»
Es difícil no impacientarse. Para ser proactivos, centrarse en el círculo de influencia y cultivar lo que crece, se necesita carácter, y no «tirar de las flores para ver cómo están las raíces».


INMADUREZ EMOCIONAL

Extraído del libro Amar o Depender de Walter Riso
 

La inmadurez emocional implica una perspectiva ingenua e intolerante ante ciertas situaciones de la vida, generalmente incómodas o aversivas. Una persona que no haya desarrollado la madurez o inteligencia emocional adecuada tendrá dificultades ante el sufrimiento, la frustración y la incertidumbre.

Señalaré las tres manifestaciones más importantes de la inmadurez emocional relacionadas con el apego afectivo en particular y con las adicciones en general:

1.   Bajos umbrales para el sufrimiento o la ley del mínimo esfuerzo.
Según ciertos filósofos y teólogos, la ley del mínimo esfuerzo es válida incluso para Dios. Independientemente de la veracidad de esta afirmación debemos admitir que la comodidad, la buena vida y la aversión por las molestias ejercen una atracción especial en los humanos. Prevenir el estrés es saludable (el tormento por tormento no es recomendable para nadie), pero ser melindrosos, sentarse a llorar ante el primer tropiezo y querer que la vida sea gratificante las veinticuatro horas, es definitivamente infantil.

Una persona que haya sido contemplada, sobreprotegida y amparada de todo mal en sus primeros años de vida, probablemente no alcance a desarrollar la fortaleza (coraje, decisión, aguante) para enfrentar la adversidad. Le faltará el “callo” que distingue a los que perseveran hasta el final. Su vida se regirá por el principio del placer y la evitación inmediata de todo aversivo, por insignificante que éste sea. Repito: esto no implica hacer una apología del masoquismo y el auto castigo, y fomentar el suplicio como forma de vida, sino reconocer que cualquier cambio requiere de una inversión de esfuerzo, un costo que los cómodos no están dispuestos a pagar. El sacrificio los enferma y la molestia los deprime. La consecuencia es terrible: miedo a lo desconocido y apego al pasado.

El pensamiento central de la persona apegada afectivamente y con baja tolerancia al sufrimiento, se expresa así: “No soy capaz de renunciar al placer/bienestar/seguridad que me brinda la persona que amo y soportar su ausencia. No tengo tolerancia al dolor. No importa qué tan dañina o poco recomendable sea la relación, no quiero sufrir su pérdida. Definitivamente, soy débil. No estoy preparado para el dolor”.

2.   Baja tolerancia a la frustración o el mundo gira a mí alrededor.
La clave de este esquema es el egocentrismo, es decir: “Si las cosas no son como me gustaría que fueran, me da rabia”. Tolerar la frustración de que no siempre podemos obtener lo que esperamos, implica saber perder y resignarse cuando no hay nada que hacer. Significa ser capaz de elaborar duelos, procesar pérdidas y aceptar, aunque sea a regañadientes, que la vida no gira a nuestro alrededor. Aquí no hay narcisismo, sino inmadurez.

Muchos enamorados no decodifican lo que su pareja piensa o siente, no lo comprenden o lo ignoran como si no existiera. Están tan ensimismados en su mundo afectivo, que no reconocen las motivaciones ajenas. No son capaces de descentrarse y meterse en los zapatos del otro. Cuando su media naranja les dice: “Ya no te quiero, lo siento”, el dolor y la angustia se procesa solamente de manera autorreferencial: “¡Pero si yo te quiero!” Como si el hecho de querer a alguien fuera suficiente razón para que lo quisieran a uno.

A veces ni siquiera es amor por el otro, sino amor propio. Orgullo y necesidad de ganar: ¿Quién se cree que es…? ¿Cómo se atreve a echarme? La inmadurez también puede reflejarse en el sentido de posesión: “Es mío” o “No quiero jugar con mi juguete, pero es mío y no lo presto”. Muchas veces no es la tristeza de la pérdida lo que genera la desesperación, sino quién echó a quién. Si se obtiene nuevamente el control, la revancha no se hace esperar: “Cambie de opinión. Realmente no te quiero”. Ganador absoluto.

El pensamiento central de la persona apegada afectivamente y con baja tolerancia a la frustración, se expresa así: “No soy capaz de aceptar que el amor escape de mi control. La persona que amo debe girar a mí alrededor y darme gusto. Necesito ser el centro y que las cosas sean como a mí me gustaría que fueran. No soporto la frustración, el fracaso o la desilusión. El amor debe ser a mi imagen y semejanza”.

3.   Ilusión de permanencia o de aquí a la eternidad.
La estructura mental del apegado contiene una dudosa presunción filosófica respecto al orden del universo. En el afán de conservar el objeto deseado, la persona dependiente, de una manera ingenua y arriesgada, concibe y acepta la idea de lo “permanente”, de lo eternamente estable. El efecto tranquilizador que esta creencia tiene para los adictos es obvio: la permanencia del proveedor garantiza el abastecimiento.

Hace más de dos mil años, Buda alertaba sobre los peligros de esta falsa eternidad psicológica. “Todo esfuerzo por aferrarnos nos hará desgraciados, porque tarde que temprano aquello a lo que nos aferramos desaparecerá y pasará. Ligarse a algo transitorio, ilusorio e incontrolable es el origen del sufrimiento. Todo lo adquirido puede perderse, porque todo es efímero. El apego es la causa del sufrimiento”.

La siguiente frase, nuevamente de Buda, es de un realismo cruento pero esclarecedor: “Todo fluye, todo se diluye; lo que tiene principio tiene fin, lo nacido muere y lo compuesto se descompone. Todo es transitorio, insustancial y, por tanto, insatisfactorio. No hay nada fijo de qué aferrarse”.

Los “Tres Mensajeros Divinos”, como él los llamaba: enfermedad, vejez y muerte, no perdonan. Tenemos la opción de rebelarnos y agobiarnos porque la realidad no va por el camino que quisiéramos, o afrontarla y aprender a vivir con ella, mensajeros incluidos. Decir que todo acaba significa que las personas, los objetos o las imágenes en la cuales hemos cifrado nuestras expectativas de salvaguardia personal, no son tales. Aceptar que nada es para toda la vida no es pesimismo sino realismo saludable. Incluso puede servir de motivador para beneficiarse del aquí y el ahora: “Si voy a perder los placeres de la vida, mejor los aprovecho mientras pueda”. Esta es la razón por la cual los individuos que logran aceptar la muerte como un hecho natural, en vez de deprimirse disfrutan de cada día como si fuera el último.
    
En el caso de las relaciones afectivas, la “certeza sí que es incierta”. El amor puede entrar por la puerta principal y en cualquier instante salir por la de atrás. No estoy diciendo que no existan amores duraderos y que el hundimiento afectivo deba producirse inevitablemente. Lo que estoy afirmando es que las probabilidades de ruptura son más altas de lo que se piensa, y que el apego no parece ser el mejor candidato para salvaguardar y mantener a flote una relación. Por desgracia, no existe eso que llamamos seguridad afectiva. Cuando intentamos alcanzar este sueño existencial, el vínculo se desvirtúa. Algunos matrimonios no son otra cosa que un secuestro amañado.

El pensamiento central de la persona apegada afectivamente y con ilusión de permanencia, se expresa así: “Es imposible que nos dejemos de querer. El amor es inalterable, eterno, inmutable e indestructible. Mi relación afectiva tiene una inercia propia y continuará para siempre, para toda la vida”.

AUTOEFICACIA

Extraído del Libro Aprendiendo a Quererse a Si mismo, de Walter Riso.
 
“Nadie puede hacerte sentir inferior, sin tu consentimiento” Roosevelt.

 
A la confianza y convicción de que es posible alcanzar los resultados esperados se la denomina auto eficacia. La baja auto eficacia te llevará a pensar que no eres capaz. Entrarás en un círculo vicioso, pero por lo bajo. Si no tienes confianza en ti mismo, tus retos personales serán pobres, evitarás enfrentar los problemas, el primer obstáculo te hará desertar, te sentirás fracasado y perderás nuevamente auto eficacia; lo que a su vez bajará tus metas y auto exigencia. Tu terrible círculo seguirá retroalimentándose negativamente y tú estarás perdiendo, cada vez más, seguridad y confianza.
Una alta auto eficacia hará que tus metas sean sólidas, te permitirá persistir ante los imponderables y afrontar los problemas de una manera adecuada.
La auto eficacia es básicamente una opinión afectiva de uno mismo. Dicho en otras palabras, las personas pueden pensar que poseen todas las habilidades y capacidades para obtener determinados resultados y, pese a todo, no estar convencidas de alcanzar exitosamente las metas.
La experiencia de éxito no solamente implica, como aparentemente podría pensarse, un análisis racional y frio de las posibilidades objetivas de éxito (expectativas de resultados), sino también la valoración subjetiva de qué tan capaz se siente el sujeto (expectativa de eficacia). Como cualquier creencia, esta última valoración es cuestión de fe y de confianza. La desconfianza en uno mismo barre con las capacidades y habilidades.
¿Cómo pueden llegar los seres humanos a dudar de sí mismos y a resignarse ante el sufrimiento y la adversidad sin intentar producir cambios, cuando existe la posibilidad de lograrlo? ¿Cómo se llega a un auto esquema de “perdedor”? ¿Por qué se hacen anticipaciones negativas del propio rendimiento en situaciones fáciles y potencialmente exitosas? ¿Por qué algunas personas se inmovilizan ante la posibilidad de superar las dificultades?
Las investigaciones en psicología indican que al menos tres factores parecen estar asociados a los problemas de auto eficacia: la percepción de incontrolabilidad, el punto de control y los estilos atribuciones. Analizaré cada uno por separado.
La percepción de incontrolabilidad: La imposibilidad de modificar un evento aversivo desarrolla depresión y desconfianza en sí mismo. De manera similar, una historia de fracasos que escapen al control del sujeto producirá la percepción de incapacidad, si no se sigue intentando el éxito.
 

El punto de control: Las personas pueden ser divididas en internas o externas, de acuerdo con el lugar donde ubiquen el control de su conducta. Las personas internas colocan el control dentro de ellas mismas. No suelen echarle la culpa a otros de lo que acontezca con su vida. Las personas externas creen que sobre su conducta operan una cantidad de eventos y causas que escapan de su control. Su pensamiento es inmovilizador: “Nada puede hacerse, así lo quiere el destino”, “Para qué intentarlo”.
Los estilos atribucionales: Cuando estamos ante situaciones de éxito o fracaso, los humanos hacemos interpretaciones sobre las causas del porqué se dio el hecho en cuestión. Tratamos de entender lo ocurrido buscando explicaciones causales. Pues bien, esta manía de los seres inteligentes es un arma de doble filo que, mal utilizada, puede producir heridas a nuestra auto eficacia.
El problema de la evitación: La evitación impide que el organismo esté expuesto el tiempo suficiente para vencer el miedo o solucionar el problema de que se trate. Enfrentarse a cosas desagradables es incómodo, pero es el precio para modificarlas y vencerlas. La evitación no siempre es inadecuada, es indudable que es la mejor opción cuando el peligro físico o psicológico, es objetiva y realmente dañino.    
 

VENCIENDO LA BAJA AUTOEFICACIA
 

Las siguientes estrategias te permitirán pelear contra la baja auto eficacia o conservarla en un punto adecuado:
 

1.   Elimina el “no soy capaz”. Si te tratas mal y eres irrespetuoso contigo mismo, tu diálogo obrará como un freno. Esta calificación negativa, automáticamente, te inmovilizará. Detén el pensamiento, diciéndote: “PARA”. Cambia de actividad, habla por teléfono, escucha música, canta en voz alta u orienta tu dialogo positivamente. “Si me lo propongo, Soy capaz”.

2.   No seas pesimista. Si ves venir el fracaso en cada una de tus actuaciones, ni siquiera te provocará intentarlo. Si te dices: “me va ir mal”, la motivación, la tenacidad y la perseverancia necesarias para alcanzar la meta flaquearán. Tu predicción se cumplirá, pero por culpa tuya. El método de cotejar tus hipótesis con los datos objetivos te hará descubrir que tus anticipaciones no suelen ser tan exactas. Te darás cuenta que tus dotes de oráculo dejan mucho qué desear.

3.   No seas fatalista. Si tienes un punto de control externo para todo, tenderás a ser fatalista y verás los infortunios como incontrolables. Quita de tu repertorio verbal la palabra “siempre”. El pasado no te condena. Si cambias en el aquí y ahora, estarás contribuyendo de manera significativa a tu destino. Un día cualquiera toma la decisión de programarte positivamente. Piensa que durante ese día serás el dueño de tu vida y el único juez. Siéntete aunque sea un día, dueño de ti mismo.

4.   Trata de ser realista. Acepta tus éxitos; sería injusto contigo desconocer tus logros. Pero también acepta tu cuota de responsabilidad en los fracasos. Esto te permitirá sentarte a disfrutar tus victorias y a superar la adversidad.

5.   No recuerdes sólo lo malo. La visión negativa de uno mismo se alimenta principalmente de los recuerdos. Si el esquema que tienes de ti es negativo, los recuerdos que llegarán a tu mente serán confirmatorios de este esquema. Aprende a degustar el pasado, a revivirlo en sus aspectos agradables y a disfrutar del recuerdo positivo (aunque sólo sea a través de la imaginación y la fantasía).

6.   Revisa tus metas. Si crees que eres Superman, saltarás de un piso treinta: será tu último reto. Si te sientes inválido, tu meta será solamente dar un paso o dos. Revisa tus metas. Muy probablemente pueden estirarse un poco más y hacerse más exigentes. ¿Tus metas actuales muestran confianza o desconfianza en ti mismo? Tienes derecho a esperar más de ti y de la vida. No dejes que el miedo y la inseguridad decidan por ti.

7.   Ponte a prueba y arriésgate. ¿Qué podrías perder al intentar nuevos retos? Un plan que podrías proponerte es el siguiente:
*Define un objetivo que exija esfuerzo

*Define tus expectativas de manera objetiva, clara y precisa

*Antes y durante el enfrentamiento en sí, no utilices verbalizaciones inhibitorias (No soy capaz, etc.)

*Ponte a prueba

*No evites. Persiste

*Compara los resultados con las anticipaciones que habías hecho antes

*Inténtalo de nuevo.


Cuando te sientas seguro y cómodo pasa a una meta mayor. A medida que subas en los niveles de la auto exigencia personal, la auto eficacia y la confianza en ti mismo se fortalecerán.