martes, 6 de marzo de 2012

PODEMOS PERDONAR

Escrito por Dr. RON ROTH    
Tomado de Holy Spirit for Healing

“Perdonar es el valor de los valientes. Solamente aquél que es bastante fuerte para perdonar una ofensa, sabe amar”
Mahatma Gandhi
Cuando mi padre tuvo su primer roce con la muerte, el episodio me impresionó. Entré a su cuarto y lo vi sangrar de la nariz a la boca, había sangre hasta en las paredes. Mi padre era alcohólico, y su hígado comenzaba a fallar. Ninguno de nosotros sabía qué hacer. Mi primera reacción fue pensar: “Voy a orar. Dios, si ha llegado su hora, déjalo irse en paz. Si no, sánalo.”


Fue sanado al instante, y yo pensé: “Esto es grandioso!”. El único problema era que había dejado de beber durante unos seis meses, pero después volvió a hacerlo. Así que la siguiente vez que tuvo un ataque como ése, en realidad había llegado el momento de que se fuera, porque su hígado estaba desintegrado. En el hospital, incluso podían verse pedacitos de su hígado por el tubo, se hallaba en un estado que llamé “vibración de coma”. Estaba en coma, pero su cuerpo temblaba sin parar. Los doctores lo intentaron todo para detener el temblor, pero fue en vano. Pregunté si estaba consciente, y me dijeron que no. Esto fue antes de que aparecieran estudios de caso que demostraban que pacientes en estado inconsciente cuando eran operados oían todo lo que los médicos decían, pero yo lo supe intuitivamente. Le dije a Dios que debía haber algo que yo pudiera hacer para detener ese atroz temblor. Y oí una voz interior que me decía: “Sí, sólo di que se detenga”.


Lo hice, suave pero firmemente, y ése fue el fin de aquello. El temblor paró. Mientras yo permanecía sentado, oí a la voz decirme: “Ahora perdona a tu padre”. Al principio pensé que era el “diablo” esta vez. Lo único que podía pensar era que mi padre era un mal hombre que bebía demasiado y nos gritaba y nos hacía infelices a todos. ¿Cómo podía perdonarlo por eso? La voz regresó: “Perdónalo”. Finalmente me rendí a ella. Me paré junto a la cama y murmuré en voz alta:


- Te perdono, papá.


Inmediatamente, él abrió los ojos y me miró.


- Y yo te perdono a ti – dijo.


Luego cerró los ojos y pareció regresar a su coma. Me quedé sorprendido. Mi primera reacción fue: “Dios mío!, qué maravilla”. Pero después pensé: “qué quieres decir con eso de que me perdonas?”.


Era cerca de la medianoche, mi madre y yo estábamos en el cuarto.  Entonces, estando cerradas todas las ventanas del hospital, percibimos un fragante aroma de flores que se esparcía en el cuarto.  Salí al pasillo para ver quién llevaba flores. Abrí las ventanas para ver si eso procedía de afuera, pero cuando saqué la cabeza no olí nada.


Mi madre dijo que era hora de irnos.  Vivíamos a sólo diez minutos de distancia, pero yo supe que cuando llegáramos a casa mi padre ya habría muerto. Cuando llegamos a casa, estaba sonando el teléfono. Era la enfermera para decirnos que regresáramos, porque papá falleció tan pronto como salimos.  Sin embargo, no sentí enfado, porque había tenido la oportunidad de concluir las cosas.  Y pude llegar a esa conclusión sólo gracias a que escuché la voz que me dijo, en esencia, que debía rendirme liberándome de mi rencor contra mi padre por ser alcohólico. No sé dónde habría ido a dar yo psíquicamente o qué sería de mi vida en este momento sin haber tenido la oportunidad de perdonarlo.


Si tú no has tenido nunca la oportunidad de poner fin a algo, puedes hacerlo en el mundo del espíritu. Puedes regresar a ese momento volviendo a montar el escenario en tu mente. Si se trata de alguien a quien nunca le perdonaste haberte hecho daño, puedes regresar y perdonar y dejar que esa persona te perdone. Recuerda que ninguno de nosotros es completamente inocente; todos les hemos hecho cosas a los demás de las que necesitamos sanar emocionalmente.

La sanación física no es el único tipo de sanación… ¡El Espíritu de Dios también es muy bueno para la sanación emocional!

BUEN SEXO EN MALAS RELACIONES

Tomado del Libro "Mujeres que aman demasiado", escrito por Robin Norwood

“Oh, mi hombre, lo amo tanto; él nunca sabrá, toda mi vida no es más que desesperación; pero no me importa. Cuando él me toma en sus brazos el mundo se ilumina…”

Quizá nos veamos en dificultades para explicar a la familia y los amigos cómo alguien que no es particularmente admirable ni siquiera muy agradable puede despertar en nosotras un estremecimiento de deseo y una intensidad jamás igualada por lo que sentimos por alguien más agradable o más presentable. Es difícil expresar que nos encanta el sueño de evocar todos los atributos positivos –el amor, el cariño, la atención, la integridad y la nobleza-que, estamos seguras, están latentes en nuestro amante, esperando para florecer con la calidez de nuestro amor.
Las mujeres que aman demasiado a menudo se dicen que el hombre con quien están involucradas nunca ha sido realmente amado antes, ni por sus padres ni por sus anteriores esposas o novias. Lo vemos como un ser dañado y, de inmediato, asumimos la tarea de compensar todo lo que le ha faltado en su vida desde mucho tiempo antes de que lo conociéramos. 

El sexo es una de las formas principales en las que tratamos de llevarle a la salud con nuestro amor. Cada encuentro sexual lleva toda nuestra lucha por cambiarlo. Con cada beso y cada caricia, tratamos de comunicarle lo especial y digno que es, cuánto lo admiramos y adoramos. Sentimos la seguridad de que, una vez que esté convencido de nuestro amor, se transformará en su verdadero yo, y despertará a todo lo que queremos y necesitamos que sea. En cierto modo, el sexo en tales circunstancias es bueno porque necesitamos que lo sea; ponemos mucha energía para hacerlo funcionar, para hacerlo maravilloso. Cualquier reacción que logremos nos alienta a esforzarnos más, a ser más convincentes.

Y hay también otros factores en juego. Por ejemplo, sí bien parecería que una relación sexual plenamente satisfactoria no sería muy probable en una pareja infeliz, es importante recordar que un clímax sexual constituye una descarga de tensiones tanto físicas como emocionales. Mientras que una mujer puede evitar el contacto sexual con su pareja cuando hay conflictos y tensiones entre ambos, es posible que a otra mujer, en circunstancias similares, el sexo le resulte una manera sumamente efectiva de liberar gran parte de esa tensión, al menos en forma temporal. Para una mujer que vive una relación infeliz o tiene una pareja que no es la más adecuada para ella, el acto sexual puede ser el único aspecto gratificante de la relación, y la única manera efectiva de relacionarse con el otro. De hecho, el grado de descarga sexual que ella experimente puede guardar una relación directa con el grado de incomodidad que sienta con su pareja. Esto es fácil de comprender. Muchas parejas, tengan una relación sana o no, experimentan un contacto sexual particularmente bueno después de una pelea. Luego de un conflicto, hay dos elementos que contribuyen a un acto sexual de intensidad y éxtasis especiales. Uno es la ya mencionada descarga de tensiones: el otro involucra una tremenda inversión, después de una pelea, en hacer que el sexo <funcione>, a fin de cimentar el vinculo de la pareja, que se ha visto amenazado por la pelea. El hecho de que la pareja disfrute una experiencia sexual particularmente placentera y satisfactoria en tales circunstancias, quizá parezca ratificar la relación en general:<mira qué unidos estamos, que cariñosos podemos ser, qué bien podemos hacernos sentir. Realmente debemos estar juntos>, puede ser el sentimiento generado.
El acto sexual, cuando es muy gratificante en el aspecto físico, tiene el poder de crear lazos profundamente sentidos entre dos personas. En especial para las mujeres que aman demasiado, la intensidad de nuestra lucha con un hombre puede contribuir a la intensidad de nuestra experiencia sexual con él y, por consiguiente, al vínculo que nos une a él. Y la inversa también es verdad. Cuando nos relacionamos con un hombre que no es un desafío tan grande, es posible que a la dimensión sexual le falte fuego y pasión. Debido a que no estamos en un estado casi constante de excitación por él, y a que el sexo no se usa para demostrar nada, es probable que una relación más fácil y tranquila nos resulte algo insulsa.
El precio que pagamos por la pasión es el miedo, y el mismo dolor y el mismo miedo que alimentan al amor apasionado también pueden destruirlo. El precio que pagamos por un compromiso estable es el aburrimiento, y la misma seguridad y la solidez que cimientan una relación así también pueden hacerla rígida y sin vida.
Si debe haber desafío y una excitación constantes en la relación luego del compromiso, éstos deben basarse no en la frustración ni en el ansia, sino en una exploración cada vez más profunda de lo que D.H. Lawrence llama <los misterios gozosos> entre un hombre y una mujer que están comprometidos mutuamente. Una vez oí a un alcohólico en tratamiento expresarlo en forma muy simple y bella. Dijo: <Cuando bebía, me acostaba con muchas mujeres y básicamente tenía la misma experiencia muchas veces. Desde que estoy sobrio, sólo me acuesto con mi esposa, pero cada vez que estamos juntos es una experiencia nueva>.
La excitación y la emoción que se obtiene, no al excitar y excitarnos sexualmente, sino al conocer y ser conocidos es demasiado infrecuente. La mayoría de quienes tenemos una relación comprometida y estable nos conformamos con lo previsible, el bienestar y el compañerismo porque tenemos miedo de explorar los misterios que personificamos como hombre y como mujer, la exposición de nuestro yo más profundo. Sin embargo, en ese temor a lo desconocido que existe dentro de nosotros y entre nosotros, ignoramos y evitamos el mismo don que nuestro compromiso pone a nuestro alcance: la verdadera intimidad.