Extraído del libro Intimidades Masculinas escrito por Walter Risso

El
deseo irresistible y desbocado por las mujeres es una realidad que
afecta a la generalidad de los hombres. La gran mayoría de los varones,
tarde o temprano, nos rendimos al incontenible impulso que nos induce,
sin compasión y desalmadamente, no ya a la reproducción sino al placer
del sexo por el sexo. La dependencia sexual masculina se hace evidente
en el erotismo que tiñe prácticamente toda nuestra cultura: la demanda
es desesperada y la oferta no tiene límites.
El
incremento alarmante de violaciones, prostitución, abuso infantil,
acoso sexual y consumo masivo de pornografía violenta, entre otros
indicadores, evidencian que en el tema de la sexualidad algo se nos
salió de las manos. La prevalencia de parafilias (un tipo de trastorno
sexual) que se producen violentamente y contra la voluntad de las otras
personas, como el sadismo sexual y la pedofilia (preferencia sexual por
los niños), ha aumentado ostensiblemente. Los hombres mantenemos un
liderazgo definitivo en esto de las desviaciones sexuales, ya sean
peligrosas, simpáticas o inofensivas. En el masoquismo, que es donde
menos mal estamos, aventajamos a las mujeres en una proporción de 20 a
1. Las otras alteraciones como el exhibicionismo, el fetichismo
(actividad sexual compulsiva ligada a objetos no animados como ropa,
zapatos, lencería de mujer, etc.), el voyerismo (observar ocultamente
actividades relacionadas con lo sexual), el travestismo, y el sadismo y
la pedofilia que ya nombré, no parecen existir en el 99% de las mujeres.
Por el contrario, los llamados trastornos del deseo sexual, es decir,
desgano por el sexo, son mucho más frecuentes en mujeres que en varones.
El
sexo ejerce sobre nosotros, los hombres, la mayor fascinación. De una
manera no siempre consciente pensamos casi todo el día en eso, nos
gusta, nos atrae, lo extrañamos, lo necesitamos como el aire y, lo más
importante, lo exigimos. Si algún osado varón decide eliminarlo de una
vez por todas, sin cirugías y a plena voluntad, la tarea suele quedarle
demasiado grande; nadie está exento. Mientras una mujer promedio puede
estar tranquila durante meses sin tener sexo, el varón normal, al mes o
mes y medio, empieza a sentir cierta inquietud interior que luego se
transforma en incomodidad, y más tarde en barbarie. La libido comienza a
nublarse la vista y a maltratar su organismo, e incluso su inteligencia
comienza a debilitarse. Un mal humor y cierta quisquillosidad imposible
de ocultar afectan su entorno inmediato, sobre todo cuando amanece.
La
mayoría de los hombres, salvo honrosas excepciones como los eunucos y
algunos célibes, no sabe ni puede vivir sin esta tremenda fuerza vital
funcionando. El sexo nos quita demasiado tiempo y energía. Si esto no es
adicción, se le parece mucho.
La
nueva masculinidad quiere canalizar esta primitiva y encantadora
tendencia. Jamás eliminarla, no está de más la aclaración, sino
reestructurarla, reacomodarla y tener un control más sano sobre ella. No
estoy hablando de “asexualizar” al varón, eso sería
desnaturalizarlo; el sexo nos gusta y eso no está en discusión. A lo que
me refiero es a romper con la adicción, a querer más nuestro cuerpo y a
diluir un poco más el sexo en el amor, a ver qué pasa. Ni la
restricción mojigata, aburrida y poco creativa que maligniza y flagela
la natural expresión sexual, ni la decadencia de la sexualidad
manifestada en un afán compulsivo y desordenado por el éxtasis, que no
nos deja pensar y nos arrastra a la humillación.
Tres aspectos han colaborado para que la adicción y la decadencia de la sexualidad masculina sea una realidad:
-Un primer factor lo encontramos en el Culto al Falo. Desde tiempos inmemorables y en casi todas las culturas, estatales, tribales y pre-estatales, han existido ceremoniales de veneración al miembro masculino, a su tamaño y a sus funciones mágicas. Muchos pensadores, religiosos, científicos y filósofos también han contribuido a la devoción fálica. Algunos como Aristóteles llegaron a atribuir al semen propiedades celestiales, considerándolo un fluido metafísico y la esencia misma de la vida y la identidad.
-La segunda causa debemos buscarla en los patrones de Educación sexual del varón, si es que los hay. Uno de los mayores miedos de los padres hombres es a tener un hijo homosexual; por eso, cuantas más muestras de heterosexualidad ofrezca el vástago, mejor. Recuerdo que cuando mi primo tenía 5 años le comentó a su padre, inmigrante napolitano y machista, que si era verdad que los hombres también podían hacerlo entre sí. Aterrorizado por la pregunta, mi tío decidió cortar la cosa de raíz y crear inmunidad de por vida: “¡Cuidado! ¡Los hombres que hacen eso quedan inválidos!”. Fue tajante y contundente. Mi primo y yo nos miramos, como diciendo: “¡Qué interesante!”. El problema fue que nuestro consejero sexual no previó las consecuencias. A los pocos días, esperando que cambiara un semáforo en rojo, vimos pasar a un señor de mediana edad en silla de ruedas. Nuestra impresión fue enorme. No solo no pudimos disimular nuestra sorpresa, sino que decidimos tomar partido y ser solidarios con la causa de los verdaderos machos. Al instante, sacamos la cabeza por la ventanilla y, ante la mirada atónita del pobre señor y demás transeúntes, comenzamos a esgrimir las sagradas consignas: “¡Mariquita!”, “¡Mariquita!”, “¡Degenerado!”. “¡Ya sabemos lo que hiciste!”, “¡Mariquita!”…
-Una tercera variable que predispone marcadamente a la adicción está relacionada con el Placer Biológico. Aunque en el hombre el goce sexual no siempre está atado a la eyaculación, ya que puede haber orgasmos sin eyaculación o viceversa, casi en la totalidad de los casos, orgasmo (placer) y eyaculación van de la mano. Es decir, para procrear de manera natural, el varón sólo puede hacerlo desde el placer. Hasta hace poco, cuando los métodos artificiales de procreación estaban en pañales y la naturaleza mandaba, la conclusión era definitiva: si se acababa el placer sexual, se acababa la especie. Esta hipótesis, más allá de excusar o justificar cualquier exceso sexual masculino o el atropello de los derechos femeninos, simplemente podría estar indicando una de las causas del escaso autocontrol masculino frente a su actividad sexual.
-Un primer factor lo encontramos en el Culto al Falo. Desde tiempos inmemorables y en casi todas las culturas, estatales, tribales y pre-estatales, han existido ceremoniales de veneración al miembro masculino, a su tamaño y a sus funciones mágicas. Muchos pensadores, religiosos, científicos y filósofos también han contribuido a la devoción fálica. Algunos como Aristóteles llegaron a atribuir al semen propiedades celestiales, considerándolo un fluido metafísico y la esencia misma de la vida y la identidad.
-La segunda causa debemos buscarla en los patrones de Educación sexual del varón, si es que los hay. Uno de los mayores miedos de los padres hombres es a tener un hijo homosexual; por eso, cuantas más muestras de heterosexualidad ofrezca el vástago, mejor. Recuerdo que cuando mi primo tenía 5 años le comentó a su padre, inmigrante napolitano y machista, que si era verdad que los hombres también podían hacerlo entre sí. Aterrorizado por la pregunta, mi tío decidió cortar la cosa de raíz y crear inmunidad de por vida: “¡Cuidado! ¡Los hombres que hacen eso quedan inválidos!”. Fue tajante y contundente. Mi primo y yo nos miramos, como diciendo: “¡Qué interesante!”. El problema fue que nuestro consejero sexual no previó las consecuencias. A los pocos días, esperando que cambiara un semáforo en rojo, vimos pasar a un señor de mediana edad en silla de ruedas. Nuestra impresión fue enorme. No solo no pudimos disimular nuestra sorpresa, sino que decidimos tomar partido y ser solidarios con la causa de los verdaderos machos. Al instante, sacamos la cabeza por la ventanilla y, ante la mirada atónita del pobre señor y demás transeúntes, comenzamos a esgrimir las sagradas consignas: “¡Mariquita!”, “¡Mariquita!”, “¡Degenerado!”. “¡Ya sabemos lo que hiciste!”, “¡Mariquita!”…
-Una tercera variable que predispone marcadamente a la adicción está relacionada con el Placer Biológico. Aunque en el hombre el goce sexual no siempre está atado a la eyaculación, ya que puede haber orgasmos sin eyaculación o viceversa, casi en la totalidad de los casos, orgasmo (placer) y eyaculación van de la mano. Es decir, para procrear de manera natural, el varón sólo puede hacerlo desde el placer. Hasta hace poco, cuando los métodos artificiales de procreación estaban en pañales y la naturaleza mandaba, la conclusión era definitiva: si se acababa el placer sexual, se acababa la especie. Esta hipótesis, más allá de excusar o justificar cualquier exceso sexual masculino o el atropello de los derechos femeninos, simplemente podría estar indicando una de las causas del escaso autocontrol masculino frente a su actividad sexual.
La mujer funciona
distinto. Aunque ella posee una gran capacidad para sentir y disfrutar
del sexo tanto o más que el hombre, el orgasmo femenino no es una
condición biológica directa para la concepción.
La perspectiva presentada muestra claramente que en la conformación de la dependencia sexual masculina se entrelazan lo biológico y lo cultural de manera compleja. Sin embargo, pese a su larga y aplastante tradición, esta tendencia negativa está comenzando a revertirse. Una sexualidad masculina que se desarrolla fundamentalmente lejos de la adicción, y más cerca del afecto, se está gestando.
La perspectiva presentada muestra claramente que en la conformación de la dependencia sexual masculina se entrelazan lo biológico y lo cultural de manera compleja. Sin embargo, pese a su larga y aplastante tradición, esta tendencia negativa está comenzando a revertirse. Una sexualidad masculina que se desarrolla fundamentalmente lejos de la adicción, y más cerca del afecto, se está gestando.
Este cóctel,
asombroso y extraño para muchos varones, produce una nueva e interesante
forma de éxtasis, más intensa e impactante y mucho más sana. Y es
apenas natural, porque cuando la energía sexual masculina se fusiona con
la del amor ocurre una gran explosión interior que rebasa todo apego y
nos coloca en el umbral de la trascendencia. En realidad, cuando esta
comunión se da estamos tan cerca de la iluminación que no podemos hacer
otra cosa que morirnos de la risa.