miércoles, 6 de junio de 2012

DEPENDENCIA SEXUAL MASCULINA

Extraído del libro Intimidades Masculinas escrito por Walter Risso

“Los hombres estamos locos, la poca libertad que nos concede el Gobierno, nos la quitan las mujeres” Cesare Pavese

El deseo irresistible y desbocado por las mujeres es una realidad que afecta a la generalidad de los hombres.  La gran mayoría de los varones, tarde o temprano, nos rendimos al incontenible impulso que nos induce, sin compasión y desalmadamente, no ya a la reproducción sino al placer del sexo por el sexo.  La dependencia sexual masculina se hace evidente en el erotismo que tiñe prácticamente toda nuestra cultura: la demanda es desesperada y la oferta no tiene límites.

El incremento alarmante de violaciones, prostitución, abuso infantil, acoso sexual y consumo masivo de pornografía violenta, entre otros indicadores, evidencian que en el tema de la sexualidad algo se nos salió de las manos.  La prevalencia de parafilias (un tipo de trastorno sexual) que se producen violentamente y contra la voluntad de las otras personas, como el sadismo sexual y la pedofilia (preferencia sexual por los niños), ha aumentado ostensiblemente. Los hombres mantenemos un liderazgo definitivo en esto de las desviaciones sexuales, ya sean peligrosas, simpáticas o inofensivas.  En el masoquismo, que es donde menos mal estamos, aventajamos a las mujeres en una proporción de 20 a 1.  Las otras alteraciones como el exhibicionismo, el fetichismo (actividad sexual compulsiva ligada a objetos no animados como ropa, zapatos, lencería de mujer, etc.), el voyerismo (observar ocultamente actividades relacionadas con lo sexual), el travestismo, y el sadismo y la pedofilia que ya nombré, no parecen existir en el 99% de las mujeres.

Por el contrario, los llamados trastornos del deseo sexual, es decir, desgano por el sexo, son mucho más frecuentes en mujeres que en varones.

El sexo ejerce sobre nosotros, los hombres, la mayor fascinación.  De una manera no siempre consciente pensamos casi todo el día en eso, nos gusta, nos atrae, lo extrañamos, lo necesitamos como el aire y, lo más importante, lo exigimos.  Si algún osado varón decide eliminarlo de una vez por todas, sin cirugías y a plena voluntad, la tarea suele quedarle demasiado grande; nadie está exento.  Mientras una mujer promedio puede estar tranquila durante meses sin tener sexo, el varón normal, al mes o mes y medio, empieza a sentir cierta inquietud interior que luego se transforma en incomodidad, y más tarde en barbarie.  La libido comienza a nublarse la vista y a maltratar su organismo, e incluso su inteligencia comienza a debilitarse.  Un mal humor y cierta quisquillosidad imposible de ocultar afectan su entorno inmediato, sobre todo cuando amanece. 

La mayoría de los hombres, salvo honrosas excepciones como los eunucos y algunos célibes, no sabe ni puede vivir sin esta tremenda fuerza vital funcionando.  El sexo nos quita demasiado tiempo y energía.  Si esto no es adicción, se le parece mucho.

La nueva masculinidad quiere canalizar esta primitiva y encantadora tendencia. Jamás eliminarla, no está de más la aclaración, sino reestructurarla, reacomodarla y tener un control más sano sobre ella. No estoy hablando de “asexualizar” al varón, eso sería desnaturalizarlo; el sexo nos gusta y eso no está en discusión.  A lo que me refiero es a romper con la adicción, a querer más nuestro cuerpo y a diluir un poco más el sexo en el amor, a ver qué pasa.  Ni la restricción mojigata, aburrida y poco creativa que maligniza y flagela la natural expresión sexual, ni la decadencia de la sexualidad manifestada en un afán compulsivo y desordenado por el éxtasis, que no nos deja pensar y nos arrastra a la humillación.

Tres aspectos han colaborado para que la adicción y la decadencia de la sexualidad masculina sea una realidad:

-Un primer factor lo encontramos en el Culto al Falo.   Desde tiempos inmemorables y en casi todas las culturas, estatales, tribales y pre-estatales, han existido ceremoniales de veneración al miembro masculino, a su tamaño y a sus funciones mágicas. Muchos pensadores, religiosos, científicos y filósofos también han contribuido a la devoción fálica. Algunos como Aristóteles llegaron a atribuir al semen propiedades celestiales, considerándolo un fluido metafísico y la esencia misma de la vida y la identidad.

-La segunda causa debemos buscarla en los patrones de Educación sexual del varón, si es que los hay. Uno de los mayores miedos de los padres hombres es a tener un hijo homosexual; por eso, cuantas más muestras de heterosexualidad ofrezca el vástago, mejor.  Recuerdo que cuando mi primo tenía 5 años le comentó a su padre, inmigrante napolitano y machista, que si era verdad que los hombres también podían hacerlo entre sí.   Aterrorizado por la pregunta, mi tío decidió cortar la cosa de raíz y crear inmunidad de por vida: “¡Cuidado! ¡Los hombres que hacen eso quedan inválidos!”. Fue tajante y contundente.  Mi primo y yo nos miramos, como diciendo: “¡Qué interesante!”.  El problema fue que nuestro consejero sexual no previó las consecuencias. A los pocos días, esperando que cambiara un semáforo en rojo, vimos pasar a un señor de mediana edad en silla de ruedas.  Nuestra impresión fue enorme. No solo no pudimos disimular nuestra sorpresa, sino que decidimos tomar partido y ser solidarios con la causa de los verdaderos machos.  Al instante, sacamos la cabeza por la ventanilla y, ante la mirada atónita del pobre señor y demás transeúntes, comenzamos a esgrimir las sagradas consignas: “¡Mariquita!”, “¡Mariquita!”, “¡Degenerado!”. “¡Ya sabemos lo que hiciste!”, “¡Mariquita!”…

-Una tercera variable que predispone marcadamente a la adicción está relacionada con el Placer Biológico. Aunque en el hombre el goce sexual no siempre está atado a la eyaculación, ya que puede haber orgasmos sin eyaculación o viceversa, casi en la totalidad de los casos, orgasmo (placer) y eyaculación van de la mano.  Es decir, para procrear de manera natural, el varón sólo puede hacerlo desde el placer. Hasta hace poco, cuando los métodos artificiales de procreación estaban en pañales y la naturaleza mandaba, la conclusión era definitiva: si se acababa el placer sexual, se acababa la especie. Esta hipótesis, más allá de excusar o justificar cualquier exceso sexual masculino o el atropello de los derechos femeninos, simplemente podría estar indicando una de las causas del escaso autocontrol masculino frente a su actividad sexual. 

La mujer funciona distinto. Aunque ella posee una gran capacidad para sentir y disfrutar del sexo tanto o más que el hombre, el orgasmo femenino no es una condición biológica directa para la concepción.

La perspectiva presentada muestra claramente que en la conformación de la dependencia sexual masculina se entrelazan lo biológico y lo cultural de manera compleja.  Sin embargo, pese a su larga y aplastante tradición, esta tendencia negativa está comenzando a revertirse.  Una sexualidad masculina que se desarrolla fundamentalmente lejos de la adicción, y más cerca del afecto, se está gestando. 

Este cóctel, asombroso y extraño para muchos varones, produce una nueva e interesante forma de éxtasis, más intensa e impactante y mucho más sana.  Y es apenas natural, porque cuando la energía sexual masculina se fusiona con la del amor ocurre una gran explosión interior que rebasa todo apego y nos coloca en el umbral de la trascendencia.  En realidad, cuando esta comunión se da estamos tan cerca de la iluminación que no podemos hacer otra cosa que morirnos de la risa.
 

AVENTURAS ESPORÁDICAS VS. RELACIONES ESTABLES

Extraído del libro La Fidelidad es mucho más que amor escrito por Walter Risso
 
“El hombre es fuego, la mujer estopa, y viene el viento y sopla…”


Mientras el 40% de los hombres prefieren las aventuras de un día, sólo el 2% de las mujeres aceptan este tipo de infidelidad “ultrarrápida”.  El engaño femenino suele exigir algo más que simple sexo, ésa es la razón por la cual el 80% de los embelecos femeninos ocurren con conocidos o amigos: el afecto arrastra al erotismo. Independiente del sexo, la mayoría de la aventuras que comienzan con gente cercana (colegas, compañeros de ocio, secretarias, vecinos, amigas) terminan convirtiéndose en una especie de telenovela tormentosa. Cuando se asciende (o desciende) a la categoría de amantes, el universo entero tiembla.

Estamos de acuerdo en que si hay “rompimiento traicionero” de lo pactado, hay infidelidad.  En eso no hay discusión.  Uno no puede ser “un poco” infiel o “casi” fiel.  La ruptura del acuerdo se da o no se da. No obstante, parece que la gente considera que aunque haya adulterio no es lo mismo una aventura aislada sin vínculo emocional (una noche, unos días), que una relación “seria” y estable (meses, años).

Un señor que amaba profundamente a su esposa descubrió que ella había tenido una aventura sexual con el jefe.  Luego de una fiesta de oficina, la mujer había aceptado ir al apartamento del hombre y ahí había amanecido.  El percance adquirió dimensiones inusitadas porque al ver que no llegaba (¡se había quedado dormida!) intervinieron la policía, los hijos, los suegros, los padres, los vecinos. En fin, la hecatombe fue total y vox populi.  Ante la desesperación de los familiares, uno de los asistentes a la celebración no tuvo más remedio que contar lo que había pasado. Cuando el marido y algunos familiares llegaron al apartamento, la pescaron semidesnuda, pasmada y con las manos en la masa.

En la terapia de pareja, a la cual asistieron con la rapidez que demandaba la situación, se planteó un dilema fundamental: ¿Hay diferencia entre la locura de una noche (fugaz, irrepetible, desordenada) y la relación de amantes (constante, repetida y pensada)? ¿Tienen el mismo carácter traicionero? ¿Lo eventual y aislado merece igual sanción que lo permanente y estable? Por decirlo de alguna manera, ¿no sería más comprensible o “perdonable” la aventura esporádica? En el caso que estoy señalando, la respuesta a estas preguntas fue benévola para la relación.  Se llegó a la conclusión de que, aunque ella había sido evidentemente infiel, existían ciertos atenuantes que iban desde un anterior abandono afectivo del marido hasta el consumo de alcohol (la droga nubla todo esbozo de consciencia).  Se decidió intentar de nuevo.   El señor dejó establecido que jamás aceptaría la reincidencia, y ambos coincidieron que por ningún motivo perdonarían la infidelidad de un amante permanente: borrón y cuenta nueva.

Aunque en algunos apartados de este libro se analizará el tema de las aventuras, ya que son el caldo de cultivo donde puede prosperar la maraña afectiva de la doble vida, el presente texto está orientado principalmente a aquellas relaciones donde se ha configurado un vínculo estable con “el otro” o “la otra”; es decir, la relación de amantes, que es la más fuerte de las estafas sentimentales y la que mayores secuelas psicológicas conlleva.

No estoy disculpando la aventura casual, sino marcando una diferencia fundamental en la manera de ser infiel. Una relación extramatrimonial sostenida y reiterada implica, necesariamente, premeditación y alevosía.   El incendio está fuera de control y arrasa con todo lo que se atraviesa en el camino. La problemática principal es que el incendiario, sabiendo las consecuencias y pudiendo controlar el siniestro, le echa más leña al fuego.
Si tenemos en cuenta que la duración promedio de una relación de amantes fluctúa entre uno o dos años, es fácil imaginar los desastres, las desventuras y los desmanes que pueden ocurrir en tanto tiempo.