martes, 20 de marzo de 2012

TENER UN AMANTE

Tomado de La Fidelidad es mucho más que Amor escrito por Walter Risso

“El Amor es como el fuego; suelen ver antes el humo los que están fuera, que las llamas los que están dentro”
Jacinto Benavente

Cuando Alicia asistió a mi consulta por primera vez, llegó con nueve kilos menos, una expresión de fatiga crónica, ojeras, depresión y la reaparición de un viejo acné que la mortificaba intensamente.

Tenía 32 años, dos hijos pequeños, una profesión que no ejercía, un marido que la amaba sinceramente y un amante desde hacía un año y medio. Si bien no trabajaba, gran parte de su tiempo lo destinaba a colaborar como instructora de un reconocido grupo religioso que ayudaba a personas con dificultades de pareja. De hecho, los demás veían su matrimonio como un modelo a seguir, y a ella como una abanderada de la moral y las buenas costumbres. Las amigas y allegados la consideraban una excelente consejera, objetiva y acertada. Si alguien tenía un problema, Alicia era la mejor elección.

Sin embargo, muy a su pesar, la inteligencia y perspicacia no habían sido suficientes para defenderla de un terrible e irresistible invasor. Cupido la había atacado por la espalda. Pese a sus férreos principios, un amor inevitablemente, ilógico y fuera de lugar, había encontrado asidero en su corazón. La ética que tanto pregonaba estaba por el suelo, y ella también. Para colmo, contra todo pronóstico y en franca contradicción con sus creencias, el remordimiento no siempre se hallaba presente. Cuando hacía el amor con su amante, la normatividad se hacía añicos y ella ardía con una fuerza incontenible. El olor (principalmente el olor), el calor de los abrazos y los besos de ese hombre podían más que su aprendizaje. La piel podía más que los valores. La conclusión era sorprendente: el amor se había descarriado, o mejor, bifurcado. Un error del destino, de la naturaleza o vaya a saber de quién; una anomalía en su pronosticada vida de mujer honesta. Duelo, pesar y placer, todo junto y revuelto.

En las conversaciones que tuvo con ella, su lado racional trataba de encontrar explicaciones de lo que le estaba ocurriendo: “¿Cómo puede ser que una mujer hecha y derecha como yo, segura de sí misma y vocera de la lealtad, caiga en las redes de un amor “prohibido”? ¿Cómo es posible que esto me haya pasado a mí? Aunque sea difícil de creer, amo a mi esposo, pero también lo quiero a él… ¿Qué ocurrió conmigo?...Hubiese puesto las manos sobre el fuego por mi conducta… Ahora hago cosas que realmente me hacen sentir muy mal… Es como si quisiera que los dos hombres se fundieran en uno… Doctor, ¿Cómo se cura eso?” Sin respuesta.


Nadie está exento. Muchos lectores podrían argumentar que los principios morales y el sentimiento de esta mujer hacia su cónyuge no eran lo suficientemente sólidos, porque de serlo se hubiera mantenido limpia de toda traición. Pero la cosa no es tan fácil. En mi práctica profesional he visto cómo se derrumban los más representativos baluartes de la virtud en aras de un amor a destiempo. Si dejamos una rendija, el amor se puede deslizar silenciosamente y echar raíces: ¿Cómo había penetrado sus defensas este “Caballo de Troya” afectivo?


La primera vez que lo vio fue en el ascensor. Simplemente se saludaron y luego se despidieron. Curiosamente, ella retuvo la imagen de aquel rostro durante varias horas, como cuando uno mira el sol de frente y el brillo sigue reflejado en la retina. No le dio importancia. Dejó pasar la cosa. “Qué ridículo… No sé por qué sigo pensando en ese tipo… Yo sí soy boba…”, se dijo a sí misma, y mandó el mensaje a la papelera de reciclaje. Pero no se recicló.


La segunda vez, no podía encender el automóvil y él, especialmente amable, la ayudó a prenderlo. Ella iba al banco, él venía de trotar. Alicia había sido una gran deportista y aún se sentía atraída por todo aquello que tuviera que ver con el ejercicio físico. Su esposo era sedentario. Le preguntó por qué no estaba trabajando y él contestó que vendía antigüedades, un negocio de familia que no requería de presencia permanente. Fue cuando supo que se llamaba Pablo y tenía 33 años. Mientras se alejaba, se quedó pensando en cómo estaba vestido: todo de azul. Lo recorrió de punta a punta. Le llamó la atención que se acordaba de cada uno de los detalles. “No pensé que tuviera tan buena memoria”, se repitió en voz baja.


El tercer encuentro fue algo más próximo. Alicia organizó el cumpleaños de su hijo menor y, obviamente, los pequeños vecinos estaban invitados. Pablo asistió con una de sus hijas (la esposa es una importante ejecutiva de tiempo completo, de ésas que nunca tiene tiempo). En el transcurso de la tarde ambos alcanzaron a cruzar algunas palabras y algo de información personal. Las madres asistentes elogiaron sus habilidades como padre, y las más audaces le coquetearon. En realidad, el hombre no estaba nada mal. Cuando le preguntaron si le parecía atractivo, Alicia no se dio por aludida: “¿Sí?... No me había fijado”. Más tarde, después del ajetreo, repasó cada uno de los intercambios que había tenido con Pablo durante la reunión. Esa noche retomó la vieja y casi olvidada costumbre de dormir abrazada a su marido.


La cuarta aproximación fue psicológicamente más intensa. Luego de una reunión de la junta administradora del edificio, Pablo invitó a los asistentes a su casa para tomar unos tragos. Alicia y su marido fueron los únicos que aceptaron. En la visita tuvo oportunidad de conocer parte del mundo privado de Pablo, y no le disgustó. Le agradaron los bonsái que cuidadosamente cultivaba y le fascinó que tocara el piano y cantara. Esa noche sus miradas se cruzaron, se treparon y se estrellaron en el más cómplice de los silencios. Al amanecer, Alicia despertó bañada en sudor y con una extraña sensación de zozobra. Su ropa interior estaba empapada y la flacidez de su cuerpo la enfrentó a lo increíble: ¡Había tenido un orgasmo mientras dormía! Un sueño erótico donde el protagonista principal no era su compañero de lecho. La impresión fue tal, que corrió a confesarse.

El punto cero, la iniciación “formal” de la relación de amantes, ocurrió el día del Amor y la Amistad. Fue cuando Pablo la invitó al departamento para entregarle un regalo singular y muy personal: una canción compuesta especialmente para ella, “Tan cerca y tan lejos”. El remate de la conquista no se hizo esperar. Hipnotizada, medio enamorada y cansada de resistirse, se entregó a la fascinación perturbadora de aquella nueva experiencia. Sudó, jadeó, mordió, besó y gritó como nunca lo había hecho. Había tocado el rostro de una pasión que sobrepasaba todo dogma. Así comenzó el idilio y ahí permanecería, atrapada en la madeja del deseo, fiel a su amante e infiel a su esposo.

Al cabo de un año, la relación se había vuelto insostenible. Su marido exigía más cercanía y había comenzado a celarla. La esposa de Pablo le pedía consejos sobre cómo mejorar su aporreado matrimonio, porque sospechaba que había otra mujer.


Como es casi imposible mantener oculta tanta energía, las malas lenguas comenzaron a soltar el veneno del chisme. Ya no daba conferencias ni participaba en los encuentros matrimoniales (su desfachatez no daba para tanto) y cada vez le quedaban menos amigas.

En ese año, todos intentaron separarse más de treinta veces: ella de su esposo, él de su mujer, ella de él y él de ella. Dos triángulos unidos por la base. Los viajes de fin de año, la Navidad y las vacaciones eran los momentos en que más se agudizaban las peleas y las tentativas de ruptura. Pero nada cambiaba. Nadie daba el primer paso.


A la hora de escribir un este texto, la vida de Alicia sigue transitando por lo vericuetos de una doble vida y una doble moral. No es capaz de soportar la pérdida de ninguno de sus polos afectivos. De un lado están los hijos, el matrimonio, las creencias religiosas, el marido, la adecuación social y su tranquilidad interior, y del otro, Pablo al desnudo. Una balanza de platillos perfectamente equilibrada e insoportablemente quieta.


Aunque su estructura mental estaba organizada y entrenada para ser fiel, no estaba preparada para los imponderables. Sus ideas sobre la infidelidad mostraban tres distorsiones básicas: (a) magnificación del amor y de las convicciones ético-religiosas como factor protector (“El amor todo lo puede” y “Mi compromiso es eterno”); (b) sobrestimación de sus capacidades de autocontrol (“Nada me hará retroceder”), y (c) como consecuencia de los anteriores, una baja en la vigilancia y la atención sobre eventos potencialmente peligrosos para su determinación (por ejemplo, hombres atractivos/tiernos/amables).


Detrás de su aparente seguridad, había una mujer frágil que no se conocía a sí misma. La parálisis de Alicia podría durar años o toda la vida. Recuerdo un caso similar, en el que una agobiada mujer tuvo que irse a vivir a otro país para dejar al amante. Al cabo de cinco años volvió, y lo primero que hizo al bajar del avión fue llamar al ex. A los quince días, otra vez estaban juntos.


En los conflictos, cualquier toma de decisión implica perder algo. Los individuos valientes se arriesgan más e inclinan la balanza para un lado o para el otro. Los temerosos se la pasan moviendo el fiel para que la aparente estabilidad no se rompa. Quizá la integridad no sea sólo cuestión de moral, sino de congruencia interior: pensar, actuar y sentir para un mismo lado.


Definitivamente, algunas vacunas requieren refuerzos, Alicia se confió demasiado, bajó la guardia, dejó la puerta entreabierta y, como dice el refrán, “Saltó la liebre”.


El amor de pareja no es tan poderoso. El mito romántico ha creado y alimentado la idea de un antídoto natural contra el germen de la infidelidad, pero no es más que ilusión. El amor interpersonal no posee ese don, porque entre otras muchas limitaciones, tiende a decaer. Tolstoi, exagerando un poco, afirmaba: “Decir que uno puede amar a una persona por toda una vida es como declarar que una vela puede mantenerse prendida mientras dure su existencia”. Al amor hay que ayudarlo, alimentarlo, cuidarlo y, muchas veces, regañarlo. Dadas ciertas condiciones especiales y bajo estricta vigilancia, es posible hacer que la vela siga encendida. Pero al menor descuido, la llama se puede debilitar y más tarde apagar.

 


EL AMOR ESTA INSTALADO - LIMITES EN EL AMOR

Tomado de Love for No Reason

“La gente… está tan hambrienta de amor, que acepta sustitutos” Morrie Schwartz

Cada cierto tiempo un fabuloso email llega a mi correo y no solo me hace reír sino que también me da una buena dosis de verdad. Cuando el siguiente email apareció, supe que era perfecto para introducir el concepto de nuestros límites en el amor.
Instalando Amor en el Computador Humano
Soporte técnico: Si, puedo ayudarlo en algo?

Cliente:
Bueno, después de muchas consideraciones, he decidido instalar Amor. Puede usted guiarme en el proceso?

Soporte técnico:
Sí, claro. Esta listo para continuar?

Cliente:
Bueno, no soy muy técnico pero creo que estoy listo. Qué hago primero?

Soporte técnico:
El primer paso es abrir su corazón. Sabe dónde está ubicado su corazón?

Cliente:
Si, pero hay otros programas ejecutándose en estos momentos. Está bien instalar Amor mientras estos otros se están ejecutando?

Soporte técnico:
Qué programas se están ejecutando?

Cliente:
Déjeme ver, Heridas del pasado, Baja autoestima, Rencor y Resentimiento se están ejecutando ahora mismo.
Soporte técnico: No hay problema, Amor gradualmente borrará Heridas del pasado de su sistema operativo. Tal vez quede archivado en su memoria permanente pero no volverá a interferir con los demás programas. Amor eventualmente anulará Baja autoestima reemplazándolo con un modelo propio llamado Alta autoestima. Sin embargo, usted tendrá que cerrar completamente Rencor y Resentimiento. Estos programas no permiten que Amor sea instalado correctamente. Puede usted cerrar estos programas?

Cliente:
No sé cómo cerrarlos. Puede decirme cómo hacerlo?

Soporte técnico:
Con mucho gusto. Vaya a su menú de inicio y seleccione Perdón. Haga esto cuantas veces sea necesario hasta que Rencor y Resentimiento hayan sido borrados completamente.


Cliente:
Ok, listo! Amor se ha empezado a instalar automáticamente. Oops! Me ha llegado un mensaje de error. Dice, “Error- este programa no se puede ejecutar en componentes externos”. Qué debo hacer?

Soporte técnico:
No se preocupe. En términos sencillos, simplemente significa que usted tiene que Amarse usted antes de dar Amor a otros. Descargue Auto-aceptación, luego dele clic a los siguientes archivos: Perdonarse a sí mismo, Reconocer su valor, Conocer sus limitaciones. 

Cliente: Lo logré. Hey! Mi corazón se está llenando con nuevos archivos. Sonrisa se está ejecutando en mi pantalla y Paz y Alegría se están copiando automáticamente en todo mi corazón. Es esto normal?

Soporte técnico:
Si, eso significa que Amor está instalado y se está ejecutando con éxito. Una cosa más antes de colgar. El programa Amor es gratuito. Puede compartirlo con otros. Por favor páselo!!!
Algunos de nuestros límites en el amor vienen de afuera, de mitos sociales y de creencias que han sido bastante difundidas, los cuales realmente nunca hemos pensado en cuestionar. Desde el momento en que somos capaces de entender, a la mayoría de nosotros nos alimentan con una dieta de información errónea sobre el amor, este suministro viene de las películas, las revistas, canciones populares, etc.

Puedes llamar a esto nuestros límites colectivos. Estos mitos nos mal dirigen, dejándonos
“buscando el amor en toda clase de lugares equivocados”.

Es tiempo de desenmascarar esos viejos mitos y despertar a una nueva experiencia del amor en este planeta.
 

PORQUE NOS ENAMORAMOS DEL HOMBRE EQUIVOCAD0

Tomado del libro Las Mujeres que Aman Demasiado, escrito por Robin Norwood
 
¿Cómo hacen las mujeres que aman demasiado para encontrar a los hombres con quienes pueden continuar los patrones perjudiciales de relación que desarrollan en la niñez? ¿Cómo, por ejemplo, hace la mujer cuyo padre nunca estuvo emocionalmente presente para encontrar un hombre cuya atención ella busca constantemente pero no puede ganar? ¿Cómo es que la mujer que proviene de un hogar violento se las ingenia para formar pareja con un hombre que la golpea? ¿Cómo es que la mujer que se crio en un hogar alcohólico encuentra un hombre que ya padece o pronto desarrollará la enfermedad del alcoholismo? ¿Cómo hace la mujer cuya madre siempre dependió de ella emocionalmente para encontrar un esposo que necesita que ella lo cuide?

De todas las posibles parejas que encuentran, ¿cuáles son los indicios que llevan a estas mujeres hacia los hombres con quienes pueden continuar el baile que conocen tan bien desde la niñez? ¿Y cómo reaccionan (o no reaccionan) cuando se encuentran con un hombre cuya conducta es más sana y menos necesitada, inmadura o abusiva de lo que están acostumbradas, cuyo estilo de baile no concuerda tan bien con el de ellas?

En el área de la terapia hay un viejo cliché que dice que la gente a menudo se casa con alguien que es igual a la madre o al padre con quien lucharon mientras crecían. Este concepto no es absolutamente acertado. No es tan cierto que la pareja que elegimos sea igual a mamá o a papá, sino que con esa pareja podemos sentir lo mismo y enfrentar los mismos desafíos que encontramos al crecer: podemos repetir la atmósfera de niñez que ya conocemos tan bien, y utilizar las mismas maniobras en las que ya tenemos tanta práctica. Esto es lo que, para la mayoría dé nosotras, constituye el amor. Nos sentimos en casa, cómodas, exquisitamente "bien" con la persona con quien podemos hacer todos nuestros movimientos conocidos y experimentar todos nuestros sentimientos conocidos. Aun cuando los movimientos nunca hayan dado resultado y los sentimientos resulten incómodos, son lo que conocemos mejor.

Cuando una mujer cree que inexplicablemente "tuvo que casarse" con cierto hombre, alguien a quien jamás habría elegido deliberadamente como esposo, resulta imperativo que ella examine por qué eligió una relación íntima con ese hombre en particular, por qué corrió el riesgo de quedar embarazada de él. Del mismo modo, cuando una mujer afirma que se casó por capricho, o que era demasiado joven para saber lo que hacía, o que no estaba del todo en sus cabales y no podía tomar una decisión responsable, éstas también son excusas que merecen un análisis más profundo. En realidad ella sí eligió, aunque en forma inconsciente, y a menudo con gran conocimiento sobre su futura pareja aun desde el principio. Negar esto es negar responsabilidad por nuestras decisiones y nuestra vida, y tal negación impide la recuperación.

Pero ¿cómo lo hacemos? ¿Cuál es exactamente el misterioso proceso, la fascinación indefinible que enciende la chispa entre una mujer que ama demasiado y el hombre que la atrae? Si replanteamos la pregunta en otra forma -¿Qué señales se encienden entre una mujer que necesita ser necesitada y un hombre que busca a alguien que asuma la responsabilidad por él? ¿O entre una mujer que es extremadamente sacrificada y un hombre extremadamente egoísta? ¿O entre una mujer que se define como víctima y un hombre cuya identidad se basa en el poder y la agresión? ¿O una mujer que necesita controlar y un hombre que es inadecuado?-, entonces el proceso comienza a perder parte de su misterio. Porque hay señales definidas, indicios que son enviados y registrados por cada uno de los participantes del baile.

Cabe recordar que en cada mujer que ama demasiado hay dos factores en juego: 1) el hecho de que sus patrones conocidos concuerden con los de él como una llave en una cerradura; y 2) el impulso de recrear y vencer los patrones dolorosos del pasado. Echemos un vistazo a los primeros pasos vacilantes de ese dúo que informa a cada integrante que allí hay alguien con quien va a funcionar, a encajar bien, a sentirse bien.
La siguiente historia ilustra con claridad el intercambio casi subliminal de información que tiene lugar entre una mujer que ama demasiado y el hombre que la atrae, un intercambio que de inmediato establece la escena para el patrón de su relación, de su danza, de allí en adelante.

PEGGY: criada por una abuela hipercrítica y una madre que no la apoyaba emocionalmente; ahora está divorciada y tiene dos hijas.
Nunca conocí a mi padre. El y mi madre se separaron antes de que yo naciera, y mi madre salió a trabajar para mantenemos mientras su madre se encargaba de nosotras en casa.

Eso no parece tan malo, pero lo fue. Mi abuela era una mujer inmensamente cruel. No nos pegaba, a mi hermana y a mí, tanto como nos lastimaba con sus palabras, todos los días. Nos decía lo malas que éramos, todos los problemas que le causábamos, que éramos "buenas para nada”... ésa era una de sus frases preferidas. Lo irónico era que todas sus críticas sólo hacían que mi hermana y yo nos esforzáramos más por ser buenas, por valer la pena. Mi madre nunca nos protegía de ella. Mamá tenía demasiado miedo de que la abuela se marchara y de que ella no pudiera ir a trabajar porque no habría nadie para cuidamos. Por eso simplemente hacía la vista gorda cuando la abuela abusaba de nosotras.

Crecí sintiéndome muy sola, desamparada, temerosa e indigna, tratando todo el tiempo de compensar el hecho de ser una carga. Recuerdo que solía tratar de arreglar las cosas que se rompían en casa, para ahorrar dinero y, de alguna manera, ganarme la vida. Crecí y me casé a los dieciocho años porque estaba embarazada. Me sentí pésimamente desde el comienzo. El me criticaba todo el tiempo. Al principio lo hacía con sutileza, pero luego era más salvaje. En realidad, yo sabía que no estaba enamorada de él, y me casé de todos modos. No creía tener otra alternativa. Fue un matrimonio de quince años, porque tardé todo ese tiempo en llegar a creer que él hecho de sentirme pésimamente era razón suficiente para el divorcio. Salí de ese matrimonio desesperada por encontrar a alguien que me amara pero, al mismo tiempo, sentía que era indigna y que era una fracasada, y estaba segura de que no tenía nada que ofrecer a un hombre bueno y amable.

La noche que conocí a Baird, era absolutamente la primera vez que salía a bailar sin pareja. Mi amiga y yo habíamos ido de compras. Ella se compró un atuendo completo -pantalones, blusa, zapatos nuevos- y quería ponérselos y salir. Entonces fuimos a una discoteca de la que ambas habíamos oído hablar. Algunos hombres de negocios que no eran de la ciudad nos invitaron con unos tragos y bailaron con nosotras, y estaba bien... algo amistoso, pero no excitante. Entonces vi a ese sujeto junto a la pared. Era muy alto, muy delgado, estaba increíblemente bien vestido y era muy buen mozo. Recuerdo que me dije: "Ese es el hombre más elegante y arrogante que yo haya visto." Y luego: " ¡Apuesto a que podría entusiasmarlo!"

Incidentalmente, aún recuerdo el momento en que conocí a mi primer marido. Estábamos en la escuela secundaria y él estaba recostado contra la pared en lugar de estar en clase, y entonces me dije: "Parece bastante alocado. Apuesto a que yo podría ponerle los pies sobre la tierra." ¿Lo ve? Yo siempre estaba tratando de arreglar las cosas. Bueno, me dirigí a Baird y lo invité a bailar. Se sorprendió mucho y creo que también se sintió un poco halagado.

Me dijo: "Tienes mi número de teléfono en tu persona." Yo no sabía de qué hablaba. Extendió la mano y sacó su tarjeta del bolsillo del suéter que yo tenía puesto. Era de ésos que tienen un bolsillo grande en la parte delantera, y él había puesto su tarjeta allí la segunda vez que volvimos a la pista de baile. Yo estaba asombrada. No me había dado cuenta de que lo había hecho. Y me encantaba saber que aquel hombre apuesto se había tomado ese trabajo. Bueno, yo también le di mi tarjeta.

Me llamó unos días más tarde y fuimos a almorzar. Me miró con cierta desaprobación cuando llegué. Mi automóvil era un poco viejo y de inmediato me sentí inadecuada... y luego aliviada al ver que, de todos modos, almorzaría conmigo. Estaba muy tieso y frío, y decidí que me correspondía a mí hacerlo sentir cómodo, como si de alguna manera la culpa fuese mía. Sus padres irían a visitarlo en la ciudad y no se llevaba bien con ellos. Recitó una larga lista de reproches contra ellos, que a mí no me parecieron tan graves, pero traté de escucharlo con compasión. Salí de ese almuerzo pensando que no tenía nada en común con él. No la había pasado bien. Me había sentido incómoda y fuera de equilibrio. Cuando me llamó dos días después y volvió a invitarme a salir, me sentí aliviada. Si él lo había pasado lo suficientemente bien para invitarme otra vez, entonces todo estaba bien.

En realidad, nunca estuvimos bien juntos. Siempre había algo que andaba mal y yo trataba de enmendarlo. Me sentía muy tensa con él y los únicos buenos momentos eran cuando la tensión disminuía un poco. Esa leve disminución de la tensión pasaba por felicidad. Pero de alguna manera aún me atraía poderosamente. Sé que parece una locura, pero llegué a casarme con ese hombre sin que siquiera me agradara. El quebró la relación varias veces antes de casarnos, diciendo que conmigo no podía ser tal como era él. No puedo decir lo devastador que era aquello. Yo le rogaba que me dijera qué necesitaba que yo hiciera para sentirse más cómodo. El sólo respondía: "Tú sabes lo que tienes que hacer." Pero yo no lo sabía. Casi me volví loca tratando de adivinarlo. De todos modos, el matrimonio duró apenas dos meses. El se marchó para siempre después de decirme lo infeliz que yo lo hacía, y nunca volví a verlo, salvo una que otra vez por la calle. Siempre finge que no me conoce.

No sé cómo transmitir lo obsesionada que estaba con él. Cada vez que me dejaba me sentía más atraída hacia él, no menos. Y cuando él volvía me decía que quería lo que yo tenía para ofrecerle. Para mí no había nada como eso en todo el mundo. Lo abrazaba y él lloraba y decía que había sido un tonto. Ese tipo de escenas duraban una sola noche, y después todo comenzaba a desintegrarse otra vez, y yo trataba con todas mis fuerzas de hacerlo feliz, para que no volviera a marcharse. Cuando decidió terminar con el matrimonio, yo apenas funcionaba. Era incapaz de trabajar o de hacer algo que no fuera sentarme, mecerme hacia adelante y atrás y llorar. Me sentía como si estuviera muriendo. Tuve que buscar ayuda para no volver a llamarlo, porque ansiaba que todo se solucionara, pero sabía que no podría sobrevivir a otra vuelta en ese carrusel.

La atracción de Peggy hacia Baird. Peggy no sabía nada acerca del hecho de ser amada, y al haber crecido sin padre, tampoco sabía virtualmente nada sobre los hombres, menos aun sobre los hombres amables y cariñosos. Pero sí sabía mucho, por su niñez con su abuela, sobre el hecho de verse rechazada y criticada por alguien muy insano. También sabía esforzarse al máximo por ganar el amor de una madre que no podía, por "Sus propios motivos, dar amor, ni siquiera protección. Su primer matrimonio ocurrió porque ella se permitió intimar con un joven que la criticaba y la condenaba, y por quien sentía poco afecto. El sexo con él era más una lucha por ganar su aceptación que una expresión de su afecto por él. Un matrimonio de quince años con ese hombre la dejó aun más convencida de su indignidad inherente.

Tan fuerte era su necesidad de repetir el ambiente hostil de su niñez y continuar su lucha por ganar el amor de aquellos que no podían darlo que cuando conoció a un hombre que le pareció frío, distante e indiferente, de inmediato se sintió atraída hacia él. Había allí otra oportunidad de convertir a una persona desamorada en alguien que finalmente la amara. Una vez que se comprometieron, las pocas alusiones de él al hecho de que Peggy estaba progresando en sus intentos de enseñarle a amarla la capacitaban para seguir intentándolo a pesar de la destrucción de su propia vida. Su necesidad de cambiarlo (y también a su madre y a su abuela, a quienes él representaba) era así de fuerte.

Una vez iniciadas, ¿por qué resulta tan difícil poner fin a estas relaciones, dejar a esa persona que nos está arrastrando por todos los pasos dolorosos de esa danza destructiva? Hay una regla empírica que dice así: cuanto más difícil es poner fin a una relación que es mala para nosotros, más elementos de nuestra lucha infantil contiene. Cuando amamos demasiado, es porque tratamos de vencer los viejos miedos, enojos, frustraciones y dolores de la niñez, y darse por vencido es renunciar a una valiosísima oportunidad de encontrar alivio y de rectificar lo que hemos hecho mal.

Si bien éstos son los fundamentos psicológicos inconscientes que explican nuestro impulso de estar con él a pesar del dolor, hacen poca justicia a la intensidad de nuestra experiencia consciente. Sería difícil exagerar la pura carga emocional que este tipo de relación, una vez iniciada, acarrea para la mujer involucrada. Cuando ella intenta separarse de la relación con el hombre a quien ama demasiado, siente como si miles de voltios de energía dolorosa fluyeran a toda velocidad y salieran por los extremos cercenados de los mismos. La antigua sensación de vacío renace y se arremolina a su alrededor, arrastrándola hacia el lugar donde aún pervive su terror infantil a estar sola, y ella está segura de que se ahogará en el dolor.

Esta clase de carga -las chispas, la atracción, el impulso de estar con esa otra persona y de hacer que la relación funcione- no está presente en la misma medida en las relaciones más saludables y satisfactorias, porque no representan todas las posibilidades de saldar viejas cuentas y de prevalecer sobre lo que una vez fue abrumador. Esta emocionante posibilidad de rectificar viejos errores, de recuperar el amor perdido y de ganar una aprobación reprimida es lo que, para las mujeres que aman demasiado, constituye la atracción inconsciente que subyace al hecho de enamorarse.

Es también por eso que, cuando entran en nuestra vida hombres que se interesan por nuestro bienestar, nuestra felicidad y nuestra realización personal, y que presentan la verdadera posibilidad de una relación sana, por lo general no nos interesan. Y no nos equivoquemos; esa clase de hombres sí entran en nuestra vida. Cada una de mis pacientes que ha amado demasiado ha podido recordar por lo menos a uno, y a menudo a varios hombres a quienes describieron como "realmente agradables... tan amables... de verdad se preocupaban por mí..." Entonces, por lo general, viene la sonrisa irónica y la pregunta: "¿Por qué no me quedé con él?" A menudo ella es capaz de responder su propia pregunta enseguida: "Por alguna razón nunca me entusiasmó tanto. Supongo que era demasiado agradable, ¿no?"

Una mujer con antecedentes más saludables tiene reacciones y, por consiguiente, relaciones, que son muy distintas, porque la lucha y el sufrimiento no le resultan tan familiares, no integran en tanta medida su historia y, por lo tanto, no son cómodos para ella. Si el hecho de estar con un hombre hace que se sienta incómoda, herida, preocupada, decepcionada, enfadada, celosa, o le provoca algún otro tipo de perturbación emocional, ella lo experimentará como desagradable y aversivo, algo que debe evitar en lugar de insistir. Por otro lado, sí insistirá con una relación que le ofrezca cariño, consuelo y compañerismo porque eso la hace sentir bien. Se podría decir, sin temor a equivocarse, que la atracción entre dos personas que tienen la capacidad de crear una relación gratificante sobre la base de un intercambio de respuestas sanas, si bien puede ser fuerte y excitante, nunca es tan apremiante como la atracción entre una mujer que ama demasiado y el hombre con quien puede "bailar".