sábado, 31 de marzo de 2012

DESESPERANZA APRENDIDA

Uno de los conceptos psicológicos más importantes de los últimos años, es el de “desesperanza aprendida”, que es un estado de pérdida de la motivación, de la esperanza de alcanzar los sueños, una renuncia a toda posibilidad de que las cosas salgan bien, se resuelvan o mejoren. ¿Cómo evitar y superar tan perjudicial emoción? Siga leyendo.

La vida humana, dependiendo de cómo se viva y de nuestra manera de relacionarnos con el mundo, puede ser una sucesión de experiencias hermosas, nutritivas y significativas que nos permitan alcanzar plenitud y paz. También es posible, sin embargo, que esas experiencias resulten frustrantes, dolorosas y desalentadoras.

Que sea de una manera o de otra depende de causas diversas que pueden ser de tipo biológico, psicológico o cultural. Las predisposiciones innatas de corte genético pueden degenerar en limitaciones de la capacidad funcional física o mental; los aspectos sociales o políticos, pueden hacer que nos veamos envueltos en grandes carencias de recursos necesarios para sobrevivir o en guerras que reduzcan al mínimo la calidad de vida. Aquí, sin embargo, se hará referencia a un tercer factor, el psicológico, como agente causal principal para la reducción del éxito y la felicidad. En especial, se hará referencia a una categoría, concepto o constructo psicológico que se dado en llamar: “desesperanza aprendida”.

En términos generales, la desesperanza es considerada un pesar, una enfermedad, una maldición de gran potencia limitante. El filósofo Nietzsche, la consideraba “la enfermedad del alma moderna”. Puede decirse que es un estado en el que se ven debilitados o extinguidos, el amor, la confianza, el entusiasmo, la alegría y la fe. Es una especie de frustración e impotencia, en el que se suele pensar que no es posible por ninguna vía lograr una meta, o remediar alguna situación que se estima negativa. Es una manera de considerarse a la vez: atrapado, agobiado e inerme.

Desesperanza no es ni decepción ni desesperación. La decepción es la percepción de una expectativa defraudada, la desesperación es la pérdida de la paciencia y de la paz, un estado ansioso, angustiante que hace al futuro una posibilidad atemorizante.  La desesperanza, por su parte, es la percepción de una imposibilidad de logro, la idea de que no hay nada que hacer, ni ahora, ni nunca, lo que plantea una resignación forzada y el abandono de la ambición y del sueño. Y es justamente ese sentido absolutista, lo que le hace aparecer como un estado perjudicial y nefasto.
 
Martin Seligman, creador de una corriente psicológica conocida como “Psicología Positiva”, estudió a fondo este tema, y junto con un destacado colaborador, Steven Maier sometieron a un grupo de perros a un experimento en el que se les aplicaba descargas eléctricas, impredecibles e incontrolables.
Entre sus conclusiones, reportaron que los animales se vieron impedidos de predecir o controlar el estímulo doloroso, por lo cual perdieron su motivación y lucían desanimados, lentos y torpes para actuar y limitados para aprender nuevos comportamientos.

Hoy sabemos que en la política y en la guerra se usan estrategias para generar en los disidentes, opositores y / o enemigos, estrategias de este tipo para desmoralizarlos y evitar iniciativas resistentes a los abusos de poder.

Una de las cualidades distintivas del condicionamiento instrumental en humanos radica en que nosotros podemos concientizar las relaciones que establecemos entre nuestras conductas y sus consecuencias. Más aún, podemos verbalizarlas, planificarlas y hasta jugar imaginariamente con relaciones de conducta-consecuencia imposibles en la realidad (así es que muchas personas “vuelan” extendiendo sus brazos). Esta capacidad de pensar conscientemente las relaciones conducta-consecuencia se inscribe en el terreno de la formación de expectativas. Esperamos que ciertos actos lleven a determinados resultados, por ello, por ejemplo, nos esforzamos leyendo ante un examen o madrugamos cuando buscamos un trabajo. Aguardamos que tales comportamientos nos conduzcan a un resultado deseado. 

Ahora bien, ¿qué pasa con este proceso de formación de expectativas cuando una persona sufre de desesperanza aprendida? Ilustremos esto con casos reales.
¿Qué sucederá con los niños que reciben castigos arbitrarios de forma sistemática por parte de sus padres? Imaginemos por ejemplo un niño cuyo padre o madre padece un desorden bipolar no tratado adecuadamente y que, por consecuencia, se comporta de manera errática respecto de los límites que le impone. Así, independientemente de la conducta del chico, el padre se mostrará amable y comprensivo cuando se encuentre en un período de estabilidad, avalando incluso comportamientos inadecuados como juguetear con algún aparato eléctrico. No obstante, en un momento distinto puede actuar excesivamente rígido y castigador, llegando hasta la aplicación de punitivos físicos sin que el niño haya realizado ninguna conducta inadecuada. En este caso, claro está, los “premios y castigos” que el pequeño reciba serán independientes de sus actos. A lo largo de varios años de un tal “modus operandis”, ¿qué podrá aprender esta persona de la relación entre sus conductas y sus consecuencias? Pues, obviamente, que no se relacionan. He aquí la semilla de una depresión. Con los años, ello conducirá a un estilo explicativo pesimista, lo cual significa que se tenderá a interpretar y explicar los eventos importantes como fenómenos independientes de la propia conducta.

Para superar la Desesperanza aprendida, es necesario:
- Comprender que se trata de una percepción y no de una realidad.
- Asumir que todo pasa y que cada día es nuevo, y está lleno de posibilidades y potencialidades.
- Buscar formas creativas de abordar la situación valorada como amenaza.
- Apoyarse en personas que tengan otros recursos que usted no posea.
- Reevaluar o reconceptualizar la situación en busca de ángulos positivos.
- Aceptar, adaptarse y esperar un mejor momento para actuar, si considera que realmente nada puede cambiarse aquí y ahora.
- Centrarse en los recursos, dones y talentos, en vez de enfocarse en el problema o en sus posibles consecuencias negativas.
- Buscar en su experiencia conductas que le hayan servido para superar situaciones similares.
- Segmentar la acción. No se enrede. Defina una estrategia y dé un paso a la vez para salir del atolladero.

Lo más importante aquí, es que comprenda que la gran mayoría de las veces, salvo en casos extremos de catástrofes naturales o eventos críticos inesperados, lo que vemos como “problema” es en realidad una idea mental que se genera cuando evaluamos una situación en razón de nuestras posibilidades de resolverlo. No es algo que está allá “afuera”, y sobre lo cual no tenemos influencia alguna. Reflexione sobre esto, tome precauciones y viva lo mejor que le sea posible.