Tomado del libro Enamórate de ti escrito por WALTER RISO
![]() El autoconcepto se refiere a lo que piensas de ti, al concepto que tienes de tu persona, así como podrías tenerlo de alguien más, y, como es lógico, tal concepción se verá reflejada en la manera en que te tratas a ti mismo: qué te dices, qué te exiges y cómo lo haces.
Puedes autorreforzarte y
mimarte, o insultarte y no ver nada bueno en tu comportamiento, o
también puedes ponerte metas inalcanzables y lacerarte luego por no
alcanzarlas, como lo hace mucha gente, así parezca lo más irracional del
mundo. Somos victimas de nuestras propias decisiones: cada quien elige
amarse a sí mismo o no, aunque no siempre somos conscientes del daño que
nos hacemos. Además de sobrevivir al medio y a la lucha diaria, también
hay que aprender a sobrevivir a uno mismo: el enemigo no siempre está
afuera.
LA MALA AUTOCRÍTICA. La autocrítica es conveniente y productiva si se hace con cuidado y con el objetivo de aprender y crecer. A corto plazo puede servir para generar nuevas conductas y enmendar los errores, pero si se utiliza indiscriminada y cruelmente, genera estrés y afecta de manera negativa el autoconcepto. Si la usas inadecuadamente, terminarás pensando mal de ti mismo, hagas lo que hagas. He conocido gente que “no se cae bien a sí misma”, no se acepta y se rechaza de manera visceral (“Me gustaría ser más alto, más inteligente, más sensual, más eficiente…”, y la lista puede ser interminable). Se comparan todo el tiempo con quienes son mejores o los superan en algún sentido. Los escucharás decir con frecuencia: “No me aguato a mí mismo!” o “Soy un desastre!”. La expresión: “Más vale solo que mal acompañado” la remplazan por: “Más vale mal acompañado que solo”. El mal hábito de estar haciendo permanentes revisiones interiores, duras y crudas, incrementa la insatisfacción con uno mismo y los sentimientos de inseguridad. Nadie aprende con métodos basados en la punición o el castigo. Me viene a la memoria un paciente que no hacía más que autocastigarse. Se insultaba una cincuenta veces al día en voz baja, se prohibía la mayoría de los disfrutes, como si fuera un faquir, y tenía tantas reglas y requisitos para vivir que le era imposible sentirse bien. Estaba tan limitado y confundido que ya no sabía en verdad quién era. El decía que se sentía como una fotocopia de sí mismo. Y no es exageración: a muchas personas les ocurre que cuando se pierden en los “debería” y las obligaciones autoimpuestas, ya no recuerdan como eran en realidad. Las máscaras psicológicas no solo agotan sino que te despersonalizan. El hombre, que apenas tenía treinta y cinco años, era incapaz de tomar decisiones por sí mismo y pedía permiso hasta para respirar. Mi paciente había crecido con la idea de que si no seguía estrictamente las pautas con las que lo habían educado, dejaría de ser una buena persona. Demasiada carga para cualquiera, y por eso cabe la pregunta: ¿Cómo hizo para sobrevivir a semejante asfixia normativa? Para sobrevivir a la represión autoimpuesta, desarrolló tres métodos: autocontrol excesivo, autobservación obsesiva y autocrítica despiadada. Tres garrotes mortales. Castigarse a sí mismo lo hacía sentir bueno, correcto y “salvado”. Cuando pidió ayuda profesional e hizo su propia revolución “Psicológico-moral”, llegó a la sana conclusión de que merecía maltratarse. Empezó a permitirse algunos deslices simpáticos como, por ejemplo, comerse un helado triple con chocolate y crema batida sin pensar en la gula, vestirse bien sin sentirse vanidoso o culpable, y mirar a una chica por la calle sin sentirse especialmente lujurioso. El castigo sistemático, en cualquiera de sus formas, lo único que te enseñará es a huir de los depredadores y castigadores de turno; huir, y nada más. No resolverás el problema de fondo, no lo enfrentarás. Pero cuando hablamos de autocastigo el problema es que el verdugo seas tú mismo, y entonces lo llevarás a cuestas como una desventura: defenderte será como escapar de tu propia sombra. Infinidad de personas poseen un sistema de autoevaluación que las hacen sufrir día y noche, momento a momento e, inexplicablemente, sentirse orgullosas del martirio que se propician a sí mismas. LA AUTORROTULACIÓN: ¿“SOY” O “ME COMPORTÉ”? Una variación de la autocrítica dañina es la autorrotulación negativa: colgarse carteles que no hablan bien de uno mismo o dejar (y aceptar) que te los cuelguen los otros para ubicarte en alguna categoría que te hace daño. Las clasificaciones sociales (estereotipos) tienden a referirse a los demás en términos globales y no específicos, sin tener en cuenta las excepciones o los atenuantes. Lo mismo pasa cuando te rotulas negativamente a ti mismo: confundirás la parte con el todo. En vez de decir: “Me comporté torpemente”, dirás: “Soy torpe”. O: “Soy un inútil”, en vez de decir: “Me equivoqué en esto o aquello”. No es lo mismo afirmar: “Estoy comiendo mal”, que: “Soy un cerdo”. El ataque a mansalva y tajante al propio “yo”, a lo que eres, crea desajustes y alteraciones de todo tipo. Por el contrario, la autocrítica constructiva es puntual y nunca toca el fondo del ser como totalidad. Si le dijeras a la persona que amas: “¡Te equivocaste, eres un(a) idiota”, ¿Cómo se sentiría él(ella)? ¿Cómo reaccionaría? Le harías daño, ¿verdad? Pues de igual manera, atacar tu valoración personal, golpear tu valía, te afecta psicológicamente mucho más de lo que piensas.
El bienestar dependerá
de tantas cosas ajenas a tu persona, que te será imposible hacerte
cargo de tus logros personales. La poeta Margaret Lee Runbeck dijo
alguna vez: “La felicidad no es una estación a la cual hay que llegar,
sino una manera de viajar”. Esa es la salud mental: viajar bien.
Aquellos que se
obsesionan con el éxito y lo convierten en un valor, y además manejan
esquemas rígidos de ejecución, viajan mal aunque quieran aparentar lo
contrario. Quizás la felicidad no esté en ser el mejor vendedor, la
mejor mamá, el mejor hijo o descollar en cualquier cosa, sino
simplemente en intentarlo de manera honesta y tranquila, disfrutando
mientras se lleva a cabo, en quedarse con el paisaje, mientras vas hacia
dónde quieras ir. ¿Nunca has hecho un viaje con alguien que pregunta
todo el tiempo “cuánto falta para llegar”, mientras ignora las cosas más bellas que pasan por su lado?
La concentración en el proceso es determinante para obtener un buen producto. Esta aparente contradicción (la de despreocuparse del resultado para alcanzarlo) no es tal y queda bien escenificada en la enseñanza zen sobre el arco y la flecha. Si el arquero se concentra en sus movimientos, en la respiración, en el equilibrio, sin estar pendiente de acertar, dará en el blanco con solo apuntar. Pero si dar en el centro y obtener el máximo puntaje se convierte en una cuestión determinante (obsesiva), la ansiedad bloqueará la fluidez de sus acciones y fracasará en el intento. Si posees criterios estrictos para autoevaluarte, siempre tendrás la sensación de insuficiencia, de no dar en el blanco. Tu organismo comenzará a segregar más adrenalina de lo normal y la tensión mental y física interferirá con el buen rendimiento para alcanzar las metas: entrarás al círculo vicioso de los que aspiran cada día más y tienen cada día menos. TODO O NADA. Los individuos muy autoexigentes utilizan un estilo dicotómico en la manera de procesar la información. Para ellos, la vida es blanco y negro, sin tener en cuanta matices: “Soy exitoso o soy fracasado”, “Soy capaz o incapaz”, “Soy inteligente o bruto”. Esta forma de pensar es errónea, porque no hay nada absoluto ni rigurosamente extremo. Si miramos el mundo de esta forma dejaremos de percibir los grises y los puntos medios. Cuando aplicas este estilo binario a la existencia, tu vocabulario se reducirá a palabras como: nunca, siempre, todo o nada. Chocarás con una realidad muy distinta a lo que te imaginabas. La incapacidad de considerar caminos intermedios y el miedo a perder o a no alcanzar tus objetivos harán que ignores las aproximaciones a las metas personales. Para las personas que se mueven por el “ todo o nada”, los acercamientos no se ven ni se sienten o simplemente pasan inadvertidos. Dirán: “Estoy o no estoy en la meta”: verás el árbol, ero no el bosque. CAMBIO Y REVISION. Cambiar no es tarea fácil. No solo porque implica esfuerzo personal, sino por los costos sociales. Si alguien, valientemente, toma la difícil decisión de “viajar bien” y salirse de los patrones preestablecidos, la presión social será inexorable, en especial cuando las metas del individuo no son coincidentes con los valores del grupo de referencia. Cuando cambiamos la ruta convencional por una más atrevida y ensayamos caminos nuevos, la gente rígida y pegada a las normas nos rotulará como “inmaduros” o “inestables”, como si “no cambiar de rumbo” fuera sinónimo de inteligencia. Una rápida mirada a las personas que han jugado un papel importante en la historia de la humanidad muestra que la existencia de cierta “inestabilidad” e insatisfacción con las condiciones de vida reinantes son condiciones imprescindibles para vivir intensamente. La conformidad radical o el aplomo absoluto son baluartes que no mueven el mundo. No temas revisar, cambiar o modificar tus metas, si ellas son fuente de sufrimiento ¿De qué otro modo podrías acercarte a la felicidad? SALVANDO EL AUTOCONCEPTO. Veamos una guía que puede servirte para salvaguardar tu autoconcepto del autocastigo, la autocrítica y la autoexigencia indiscriminada. 1. Trata de ser más flexible contigo y con los demás. Estos indicadores pueden servirte a manera de resumen: a) Trata de no ser perfeccionista. Desorganiza un poco a ver qué pasa. Descubrirás que todo sigue más o menos igual. b) No rotules ni te autorrotules. c) Concéntrate en los matices. Piensa más en las alternativas y en las excepciones a la regla. d) Escucha a las personas que piensan distinto a ti. Recuerda: si eres inflexible y rígido con el mundo y las personas, terminarás siéndolo contigo mismo. 2. Revisa tus metas y las posibilidades reales de alcanzarlas. Si te descubres intentando subir algún monte Everest y te estás angustiando, tienes dos opciones racionales: cambias de montaña o disfrutas el paseo. 3. No observes en ti solo lo malo. “Si de noche lloras por el sol, no verás las estrellas”. 4. No pienses mal de ti. Afortunadamente no eres perfecto ni tan horrible, aunque te empeñes en serlo. El costo de crecer como ser humano es equivocarse y “meter la pata”: concierne a una ley universal inescapable. 5. Quiérete la mayor cantidad de tiempo posible. 6. Trata de acercar tu “yo ideal” a tu “yo real”. Si has idealizado demasiado lo que deberías ser, lo que eres te producirá fastidio. 7. Aprende a perder. Existe una resignación sana cuando los hechos te embisten y puedes verlos objetivamente: persistir testarudamente en una meta suele convertirse en un problema. A veces hay que despertar de los sueños, porque no se harán realidad, y esto no te hace ni mejor ni peor, sino más realista y aterrizado. Eres una máquina especial dentro del universo conocido, no te maltrates ni te insultes. Para ser exitoso no necesitas del autocastigo. |
martes, 5 de junio de 2012
"Ten el Valor de equivocarte" Hegel
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