Tomado del libro Las Mujeres que Aman Demasiado, escrito por Robin Norwood
¿Cómo
hacen las mujeres que aman demasiado para encontrar a los hombres con
quienes pueden continuar los patrones perjudiciales de relación que
desarrollan en la niñez? ¿Cómo, por ejemplo, hace la mujer cuyo padre
nunca estuvo emocionalmente presente para encontrar un hombre cuya
atención ella busca constantemente pero no puede ganar? ¿Cómo es que la
mujer que proviene de un hogar violento se las ingenia para formar
pareja con un hombre que la golpea? ¿Cómo es que la mujer que se crio en
un hogar alcohólico encuentra un hombre que ya padece o pronto
desarrollará la enfermedad del alcoholismo? ¿Cómo hace la mujer cuya
madre siempre dependió de ella emocionalmente para encontrar un esposo
que necesita que ella lo cuide?
De todas las posibles
parejas que encuentran, ¿cuáles son los indicios que llevan a estas
mujeres hacia los hombres con quienes pueden continuar el baile que
conocen tan bien desde la niñez? ¿Y cómo reaccionan (o no reaccionan)
cuando se encuentran con un hombre cuya conducta es más sana y menos
necesitada, inmadura o abusiva de lo que están acostumbradas, cuyo
estilo de baile no concuerda tan bien con el de ellas?
En el área de la terapia
hay un viejo cliché que dice que la gente a menudo se casa con alguien
que es igual a la madre o al padre con quien lucharon mientras crecían.
Este concepto no es absolutamente acertado. No es tan cierto que la
pareja que elegimos sea igual a mamá o a papá, sino que con esa pareja
podemos sentir lo mismo y enfrentar los mismos desafíos que encontramos
al crecer: podemos repetir la atmósfera de niñez que ya conocemos tan
bien, y utilizar las mismas maniobras en las que ya tenemos tanta
práctica. Esto es lo que, para la mayoría dé nosotras, constituye el
amor. Nos sentimos en casa, cómodas, exquisitamente "bien" con la
persona con quien podemos hacer todos nuestros movimientos conocidos y
experimentar todos nuestros sentimientos conocidos. Aun cuando los
movimientos nunca hayan dado resultado y los sentimientos resulten
incómodos, son lo que conocemos mejor.
Cuando una mujer cree
que inexplicablemente "tuvo que casarse" con cierto hombre, alguien a
quien jamás habría elegido deliberadamente como esposo, resulta
imperativo que ella examine por qué eligió una relación íntima con ese
hombre en particular, por qué corrió el riesgo de quedar embarazada de
él. Del mismo modo, cuando una mujer afirma que se casó por capricho, o
que era demasiado joven para saber lo que hacía, o que no estaba del
todo en sus cabales y no podía tomar una decisión responsable, éstas
también son excusas que merecen un análisis más profundo. En realidad
ella sí eligió, aunque en forma inconsciente, y a menudo con gran
conocimiento sobre su futura pareja aun desde el principio. Negar esto
es negar responsabilidad por nuestras decisiones y nuestra vida, y tal
negación impide la recuperación.
Pero ¿cómo lo hacemos?
¿Cuál es exactamente el misterioso proceso, la fascinación indefinible
que enciende la chispa entre una mujer que ama demasiado y el hombre que
la atrae? Si replanteamos la pregunta en otra forma -¿Qué señales se
encienden entre una mujer que necesita ser necesitada y un hombre que
busca a alguien que asuma la responsabilidad por él? ¿O entre una mujer
que es extremadamente sacrificada y un hombre extremadamente egoísta? ¿O
entre una mujer que se define como víctima y un hombre cuya identidad
se basa en el poder y la agresión? ¿O una mujer que necesita controlar y
un hombre que es inadecuado?-, entonces el proceso comienza a perder
parte de su misterio. Porque hay señales definidas, indicios que son
enviados y registrados por cada uno de los participantes del baile.
Cabe recordar que en
cada mujer que ama demasiado hay dos factores en juego: 1) el hecho de
que sus patrones conocidos concuerden con los de él como una llave en
una cerradura; y 2) el impulso de recrear y vencer los patrones
dolorosos del pasado. Echemos un vistazo a los primeros pasos vacilantes
de ese dúo que informa a cada integrante que allí hay alguien con quien
va a funcionar, a encajar bien, a sentirse bien.
La siguiente historia
ilustra con claridad el intercambio casi subliminal de información que
tiene lugar entre una mujer que ama demasiado y el hombre que la atrae,
un intercambio que de inmediato establece la escena para el patrón de su
relación, de su danza, de allí en adelante.
PEGGY: criada por una abuela hipercrítica y una madre que no la apoyaba emocionalmente; ahora está divorciada y tiene dos hijas.
Nunca conocí a mi padre.
El y mi madre se separaron antes de que yo naciera, y mi madre salió a
trabajar para mantenemos mientras su madre se encargaba de nosotras en
casa.
Eso no parece tan malo,
pero lo fue. Mi abuela era una mujer inmensamente cruel. No nos pegaba, a
mi hermana y a mí, tanto como nos lastimaba con sus palabras, todos los
días. Nos decía lo malas que éramos, todos los problemas que le
causábamos, que éramos "buenas para nada”... ésa era una de sus frases
preferidas. Lo irónico era que todas sus críticas sólo hacían que mi
hermana y yo nos esforzáramos más por ser buenas, por valer la pena. Mi
madre nunca nos protegía de ella. Mamá tenía demasiado miedo de que la
abuela se marchara y de que ella no pudiera ir a trabajar porque no
habría nadie para cuidamos. Por eso simplemente hacía la vista gorda
cuando la abuela abusaba de nosotras.
Crecí sintiéndome muy
sola, desamparada, temerosa e indigna, tratando todo el tiempo de
compensar el hecho de ser una carga. Recuerdo que solía tratar de
arreglar las cosas que se rompían en casa, para ahorrar dinero y, de
alguna manera, ganarme la vida. Crecí y me casé a los dieciocho años
porque estaba embarazada. Me sentí pésimamente desde el comienzo. El me
criticaba todo el tiempo. Al principio lo hacía con sutileza, pero luego
era más salvaje. En realidad, yo sabía que no estaba enamorada de él, y
me casé de todos modos. No creía tener otra alternativa. Fue un
matrimonio de quince años, porque tardé todo ese tiempo en llegar a
creer que él hecho de sentirme pésimamente era razón suficiente para el
divorcio. Salí de ese matrimonio desesperada por encontrar a alguien que
me amara pero, al mismo tiempo, sentía que era indigna y que era una
fracasada, y estaba segura de que no tenía nada que ofrecer a un hombre
bueno y amable.
La noche que conocí a
Baird, era absolutamente la primera vez que salía a bailar sin pareja.
Mi amiga y yo habíamos ido de compras. Ella se compró un atuendo
completo -pantalones, blusa, zapatos nuevos- y quería ponérselos y
salir. Entonces fuimos a una discoteca de la que ambas habíamos oído
hablar. Algunos hombres de negocios que no eran de la ciudad nos
invitaron con unos tragos y bailaron con nosotras, y estaba bien... algo
amistoso, pero no excitante. Entonces vi a ese sujeto junto a la pared.
Era muy alto, muy delgado, estaba increíblemente bien vestido y era muy
buen mozo. Recuerdo que me dije: "Ese es el hombre más elegante y
arrogante que yo haya visto." Y luego: " ¡Apuesto a que podría
entusiasmarlo!"
Incidentalmente, aún
recuerdo el momento en que conocí a mi primer marido. Estábamos en la
escuela secundaria y él estaba recostado contra la pared en lugar de
estar en clase, y entonces me dije: "Parece bastante alocado. Apuesto a
que yo podría ponerle los pies sobre la tierra." ¿Lo ve? Yo siempre
estaba tratando de arreglar las cosas. Bueno, me dirigí a Baird y lo
invité a bailar. Se sorprendió mucho y creo que también se sintió un
poco halagado.
Me dijo: "Tienes mi
número de teléfono en tu persona." Yo no sabía de qué hablaba. Extendió
la mano y sacó su tarjeta del bolsillo del suéter que yo tenía puesto.
Era de ésos que tienen un bolsillo grande en la parte delantera, y él
había puesto su tarjeta allí la segunda vez que volvimos a la pista de
baile. Yo estaba asombrada. No me había dado cuenta de que lo había
hecho. Y me encantaba saber que aquel hombre apuesto se había tomado ese
trabajo. Bueno, yo también le di mi tarjeta.
Me llamó unos días más
tarde y fuimos a almorzar. Me miró con cierta desaprobación cuando
llegué. Mi automóvil era un poco viejo y de inmediato me sentí
inadecuada... y luego aliviada al ver que, de todos modos, almorzaría
conmigo. Estaba muy tieso y frío, y decidí que me correspondía a mí
hacerlo sentir cómodo, como si de alguna manera la culpa fuese mía. Sus
padres irían a visitarlo en la ciudad y no se llevaba bien con ellos.
Recitó una larga lista de reproches contra ellos, que a mí no me
parecieron tan graves, pero traté de escucharlo con compasión. Salí de
ese almuerzo pensando que no tenía nada en común con él. No la había
pasado bien. Me había sentido incómoda y fuera de equilibrio. Cuando me
llamó dos días después y volvió a invitarme a salir, me sentí aliviada.
Si él lo había pasado lo suficientemente bien para invitarme otra vez,
entonces todo estaba bien.
En realidad, nunca
estuvimos bien juntos. Siempre había algo que andaba mal y yo trataba de
enmendarlo. Me sentía muy tensa con él y los únicos buenos momentos
eran cuando la tensión disminuía un poco. Esa leve disminución de la
tensión pasaba por felicidad. Pero de alguna manera aún me atraía
poderosamente. Sé que parece una locura, pero llegué a casarme con ese
hombre sin que siquiera me agradara. El quebró la relación varias veces
antes de casarnos, diciendo que conmigo no podía ser tal como era él. No
puedo decir lo devastador que era aquello. Yo le rogaba que me dijera
qué necesitaba que yo hiciera para sentirse más cómodo. El sólo
respondía: "Tú sabes lo que tienes que hacer." Pero yo no lo sabía. Casi
me volví loca tratando de adivinarlo. De todos modos, el matrimonio
duró apenas dos meses. El se marchó para siempre después de decirme lo
infeliz que yo lo hacía, y nunca volví a verlo, salvo una que otra vez
por la calle. Siempre finge que no me conoce.
No sé cómo transmitir lo
obsesionada que estaba con él. Cada vez que me dejaba me sentía más
atraída hacia él, no menos. Y cuando él volvía me decía que quería lo
que yo tenía para ofrecerle. Para mí no había nada como eso en todo el
mundo. Lo abrazaba y él lloraba y decía que había sido un tonto. Ese
tipo de escenas duraban una sola noche, y después todo comenzaba a
desintegrarse otra vez, y yo trataba con todas mis fuerzas de hacerlo
feliz, para que no volviera a marcharse. Cuando decidió terminar con el
matrimonio, yo apenas funcionaba. Era incapaz de trabajar o de hacer
algo que no fuera sentarme, mecerme hacia adelante y atrás y llorar. Me
sentía como si estuviera muriendo. Tuve que buscar ayuda para no volver a
llamarlo, porque ansiaba que todo se solucionara, pero sabía que no
podría sobrevivir a otra vuelta en ese carrusel.
La atracción de Peggy hacia Baird.
Peggy no sabía nada acerca del hecho de ser amada, y al haber crecido
sin padre, tampoco sabía virtualmente nada sobre los hombres, menos aun
sobre los hombres amables y cariñosos. Pero sí sabía mucho, por su niñez
con su abuela, sobre el hecho de verse rechazada y criticada por
alguien muy insano. También sabía esforzarse al máximo por ganar el amor
de una madre que no podía, por "Sus propios motivos, dar amor, ni
siquiera protección. Su primer matrimonio ocurrió porque ella se
permitió intimar con un joven que la criticaba y la condenaba, y por
quien sentía poco afecto. El sexo con él era más una lucha por ganar su
aceptación que una expresión de su afecto por él. Un matrimonio de
quince años con ese hombre la dejó aun más convencida de su indignidad
inherente.
Tan fuerte era su
necesidad de repetir el ambiente hostil de su niñez y continuar su lucha
por ganar el amor de aquellos que no podían darlo que cuando conoció a
un hombre que le pareció frío, distante e indiferente, de inmediato se
sintió atraída hacia él. Había allí otra oportunidad de convertir a una
persona desamorada en alguien que finalmente la amara. Una vez que se
comprometieron, las pocas alusiones de él al hecho de que Peggy estaba
progresando en sus intentos de enseñarle a amarla la capacitaban para
seguir intentándolo a pesar de la destrucción de su propia vida. Su
necesidad de cambiarlo (y también a su madre y a su abuela, a quienes él
representaba) era así de fuerte.
Una vez iniciadas, ¿por
qué resulta tan difícil poner fin a estas relaciones, dejar a esa
persona que nos está arrastrando por todos los pasos dolorosos de esa
danza destructiva? Hay una regla empírica que dice así: cuanto más
difícil es poner fin a una relación que es mala para nosotros, más
elementos de nuestra lucha infantil contiene. Cuando amamos demasiado,
es porque tratamos de vencer los viejos miedos, enojos, frustraciones y
dolores de la niñez, y darse por vencido es renunciar a una valiosísima
oportunidad de encontrar alivio y de rectificar lo que hemos hecho mal.
Si bien éstos son los
fundamentos psicológicos inconscientes que explican nuestro impulso de
estar con él a pesar del dolor, hacen poca justicia a la intensidad de
nuestra experiencia consciente. Sería difícil exagerar la pura carga
emocional que este tipo de relación, una vez iniciada, acarrea para la
mujer involucrada. Cuando ella intenta separarse de la relación con el
hombre a quien ama demasiado, siente como si miles de voltios de energía
dolorosa fluyeran a toda velocidad y salieran por los extremos
cercenados de los mismos. La antigua sensación de vacío renace y se
arremolina a su alrededor, arrastrándola hacia el lugar donde aún
pervive su terror infantil a estar sola, y ella está segura de que se
ahogará en el dolor.
Esta clase de carga -las
chispas, la atracción, el impulso de estar con esa otra persona y de
hacer que la relación funcione- no está presente en la misma medida en
las relaciones más saludables y satisfactorias, porque no representan
todas las posibilidades de saldar viejas cuentas y de prevalecer sobre
lo que una vez fue abrumador. Esta emocionante posibilidad de rectificar
viejos errores, de recuperar el amor perdido y de ganar una aprobación
reprimida es lo que, para las mujeres que aman demasiado, constituye la
atracción inconsciente que subyace al hecho de enamorarse.
Es también por eso que,
cuando entran en nuestra vida hombres que se interesan por nuestro
bienestar, nuestra felicidad y nuestra realización personal, y que
presentan la verdadera posibilidad de una relación sana, por lo general
no nos interesan. Y no nos equivoquemos; esa clase de hombres sí entran
en nuestra vida. Cada una de mis pacientes que ha amado demasiado ha
podido recordar por lo menos a uno, y a menudo a varios hombres a
quienes describieron como "realmente agradables... tan amables... de
verdad se preocupaban por mí..." Entonces, por lo general, viene la
sonrisa irónica y la pregunta: "¿Por qué no me quedé con él?" A menudo
ella es capaz de responder su propia pregunta enseguida: "Por alguna
razón nunca me entusiasmó tanto. Supongo que era demasiado agradable,
¿no?"
Una mujer con
antecedentes más saludables tiene reacciones y, por consiguiente,
relaciones, que son muy distintas, porque la lucha y el sufrimiento no
le resultan tan familiares, no integran en tanta medida su historia y,
por lo tanto, no son cómodos para ella. Si el hecho de estar con un
hombre hace que se sienta incómoda, herida, preocupada, decepcionada,
enfadada, celosa, o le provoca algún otro tipo de perturbación
emocional, ella lo experimentará como desagradable y aversivo, algo que
debe evitar en lugar de insistir. Por otro lado, sí insistirá con una
relación que le ofrezca cariño, consuelo y compañerismo porque eso la
hace sentir bien. Se podría decir, sin temor a equivocarse, que la
atracción entre dos personas que tienen la capacidad de crear una
relación gratificante sobre la base de un intercambio de respuestas
sanas, si bien puede ser fuerte y excitante, nunca es tan apremiante
como la atracción entre una mujer que ama demasiado y el hombre con
quien puede "bailar".
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