Extraído del libro La Fidelidad es mucho más que amor escrito por Walter Risso
“El hombre es fuego, la mujer estopa, y viene el viento y sopla…”

Mientras
el 40% de los hombres prefieren las aventuras de un día, sólo el 2% de
las mujeres aceptan este tipo de infidelidad “ultrarrápida”. El engaño
femenino suele exigir algo más que simple sexo, ésa es la razón por la
cual el 80% de los embelecos femeninos ocurren con conocidos o amigos:
el afecto arrastra al erotismo. Independiente del sexo, la mayoría de la
aventuras que comienzan con gente cercana (colegas, compañeros de ocio,
secretarias, vecinos, amigas) terminan convirtiéndose en una especie de
telenovela tormentosa. Cuando se asciende (o desciende) a la categoría
de amantes, el universo entero tiembla.
Estamos
de acuerdo en que si hay “rompimiento traicionero” de lo pactado, hay
infidelidad. En eso no hay discusión. Uno no puede ser “un poco” infiel o
“casi” fiel. La ruptura del acuerdo se da o no se da. No obstante,
parece que la gente considera que aunque haya adulterio no es lo mismo
una aventura aislada sin vínculo emocional (una noche, unos días), que
una relación “seria” y estable (meses, años).
Un señor que amaba profundamente a su esposa descubrió que ella había tenido una aventura sexual con el jefe. Luego de una fiesta de oficina, la mujer había aceptado ir al apartamento del hombre y ahí había amanecido. El percance adquirió dimensiones inusitadas porque al ver que no llegaba (¡se había quedado dormida!) intervinieron la policía, los hijos, los suegros, los padres, los vecinos. En fin, la hecatombe fue total y vox populi. Ante la desesperación de los familiares, uno de los asistentes a la celebración no tuvo más remedio que contar lo que había pasado. Cuando el marido y algunos familiares llegaron al apartamento, la pescaron semidesnuda, pasmada y con las manos en la masa.
En la terapia de pareja, a la cual asistieron con la rapidez que demandaba la situación, se planteó un dilema fundamental: ¿Hay diferencia entre la locura de una noche (fugaz, irrepetible, desordenada) y la relación de amantes (constante, repetida y pensada)? ¿Tienen el mismo carácter traicionero? ¿Lo eventual y aislado merece igual sanción que lo permanente y estable? Por decirlo de alguna manera, ¿no sería más comprensible o “perdonable” la aventura esporádica? En el caso que estoy señalando, la respuesta a estas preguntas fue benévola para la relación. Se llegó a la conclusión de que, aunque ella había sido evidentemente infiel, existían ciertos atenuantes que iban desde un anterior abandono afectivo del marido hasta el consumo de alcohol (la droga nubla todo esbozo de consciencia). Se decidió intentar de nuevo. El señor dejó establecido que jamás aceptaría la reincidencia, y ambos coincidieron que por ningún motivo perdonarían la infidelidad de un amante permanente: borrón y cuenta nueva.
Aunque en algunos apartados de este libro se analizará el tema de las aventuras, ya que son el caldo de cultivo donde puede prosperar la maraña afectiva de la doble vida, el presente texto está orientado principalmente a aquellas relaciones donde se ha configurado un vínculo estable con “el otro” o “la otra”; es decir, la relación de amantes, que es la más fuerte de las estafas sentimentales y la que mayores secuelas psicológicas conlleva.
No estoy disculpando la aventura casual, sino marcando una diferencia fundamental en la manera de ser infiel. Una relación extramatrimonial sostenida y reiterada implica, necesariamente, premeditación y alevosía. El incendio está fuera de control y arrasa con todo lo que se atraviesa en el camino. La problemática principal es que el incendiario, sabiendo las consecuencias y pudiendo controlar el siniestro, le echa más leña al fuego.
Si tenemos en cuenta que la duración promedio de una relación de amantes fluctúa entre uno o dos años, es fácil imaginar los desastres, las desventuras y los desmanes que pueden ocurrir en tanto tiempo.
Un señor que amaba profundamente a su esposa descubrió que ella había tenido una aventura sexual con el jefe. Luego de una fiesta de oficina, la mujer había aceptado ir al apartamento del hombre y ahí había amanecido. El percance adquirió dimensiones inusitadas porque al ver que no llegaba (¡se había quedado dormida!) intervinieron la policía, los hijos, los suegros, los padres, los vecinos. En fin, la hecatombe fue total y vox populi. Ante la desesperación de los familiares, uno de los asistentes a la celebración no tuvo más remedio que contar lo que había pasado. Cuando el marido y algunos familiares llegaron al apartamento, la pescaron semidesnuda, pasmada y con las manos en la masa.
En la terapia de pareja, a la cual asistieron con la rapidez que demandaba la situación, se planteó un dilema fundamental: ¿Hay diferencia entre la locura de una noche (fugaz, irrepetible, desordenada) y la relación de amantes (constante, repetida y pensada)? ¿Tienen el mismo carácter traicionero? ¿Lo eventual y aislado merece igual sanción que lo permanente y estable? Por decirlo de alguna manera, ¿no sería más comprensible o “perdonable” la aventura esporádica? En el caso que estoy señalando, la respuesta a estas preguntas fue benévola para la relación. Se llegó a la conclusión de que, aunque ella había sido evidentemente infiel, existían ciertos atenuantes que iban desde un anterior abandono afectivo del marido hasta el consumo de alcohol (la droga nubla todo esbozo de consciencia). Se decidió intentar de nuevo. El señor dejó establecido que jamás aceptaría la reincidencia, y ambos coincidieron que por ningún motivo perdonarían la infidelidad de un amante permanente: borrón y cuenta nueva.
Aunque en algunos apartados de este libro se analizará el tema de las aventuras, ya que son el caldo de cultivo donde puede prosperar la maraña afectiva de la doble vida, el presente texto está orientado principalmente a aquellas relaciones donde se ha configurado un vínculo estable con “el otro” o “la otra”; es decir, la relación de amantes, que es la más fuerte de las estafas sentimentales y la que mayores secuelas psicológicas conlleva.
No estoy disculpando la aventura casual, sino marcando una diferencia fundamental en la manera de ser infiel. Una relación extramatrimonial sostenida y reiterada implica, necesariamente, premeditación y alevosía. El incendio está fuera de control y arrasa con todo lo que se atraviesa en el camino. La problemática principal es que el incendiario, sabiendo las consecuencias y pudiendo controlar el siniestro, le echa más leña al fuego.
Si tenemos en cuenta que la duración promedio de una relación de amantes fluctúa entre uno o dos años, es fácil imaginar los desastres, las desventuras y los desmanes que pueden ocurrir en tanto tiempo.
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