Tomado del Libro: Tu Hijo, Tu Espejo. De Martha Alicia Chavez
El dar es siempre en sentido descendente, es decir, desde las generaciones mayores hacia las generaciones que le siguen, y un padre no tiene derecho a reclamar a sus hijos por todo lo que les da. Llamemos las cosas por su nombre: en el preciso momento en que tuvimos un hijo aceptamos el paquete completo que ello implica. Aun en el caso de que el hijo haya sido producto de un descuido o una falla en el método anticonceptivo, pudiste haberlo dado en adopción. Esta cruda forma de hablar no es más que la verdad, aunque, tristemente, abundan los padres que de mil maneras mandan a sus hijos el mensaje de "me lo debes".
Una madre se quejaba diciéndome lo mucho que gastaban en la educación de sus hijos, a lo cual sin rodeos respondí que parte de su compromiso como madre era proporcionar educación a sus hijos.
Ella me dijo:
—Mi compromiso es darles educación, pero no necesariamente en escuelas tan caras como a las que van ellos.
Entonces le respondí:
—Ésa es tu decisión; gastar tanto dinero en escuelas es tu elección y no tienes por qué culpar a tus hijos por ello. Explora en tu interior para que reconozcas los verdaderos motivos por los cuales los tienes en esas escuelas, porque es obvio que por amor no es.
Fue éste uno de esos casos en los que la confrontación trajo resultados muy positivos; efectivamente, ella reconoció que en parte era por estatus e imagen, también por darles lo que ella no tuvo de niña, así como por fastidiar a su hermana mayor con la que siempre había rivalizado y quien no podía ni en sueños pagar ese tipo de escuelas y en parte, además, por un interés genuino de brindar a sus hijos la mejor educación posible.
Pero entonces ¿por qué quejarse constantemente con los hijos por ese gasto, cuando hay tantos intereses personales de por medio? Para que dejara de una vez por todas de lamentarse le sugerí que reenfocara su percepción de la situación suponiendo que esa gran cantidad de dinero que gastaba era el precio por todos aquellos premios a su propio ego; podía también cambiarlos a instituciones menos costosas; su otra alternativa —t-ojalá la haya elegido— era pagar esas cuentas escolares con amor.
Una cosa es clara: cuando tienes esa sensación de que tus hijos te deben algo, lo expreses o no, sin lugar a dudas no estás cumpliendo tu función de proveerlos desde el amor; tal vez desde el sentido del deber, la imagen o la incapacidad de decir NO —porque hay que saber cuándo decir NO a los hijos—, pero definitivamente no estás haciéndolo desde el amor.
Comprarles unos tenis caros con esa carga de enojo, recordarles día a día lo mucho que te costaron, hacer las veces de espía para observar cómo se van deteriorando y entonces volverles a recordar lo mucho que costaron, y así hasta el infinito. Ahora dime, ¿para qué? Mejor hubiera sido no comprarlos.
¡He escuchado tantos reclamos de padres y madres hacia sus hijos! Madres solteras, viudas o divorciadas, reclamando que no se volvieron a casar por sacarlos adelante; madres amargadas reprochando que dedicaron su juventud a ellos, desgastando sus cuerpos y sus energías por su causa.
También he oído a padres frustrados que casi llevan una lista de lo que han gastado en mantenerlos y lo duro que trabajan para ellos; padres que siempre dan el dinero de mala gana, acompañado con una retahíla de reclamos, condiciones o amenazas; y a madres que le dicen a la hija que está a punto de casarse o irse de viaje: "Una los cría, se sacrifica por ustedes, da la vida por ustedes y, de pronto, así de fácil se van y nos dejan solos".
Y he presenciado peores cosas aún, como el caso de esa madre que acudió a una sesión de terapia con su hijo adulto y cuando él, ahí en la tibia seguridad del consultorio, se atrevió a decirle por primera vez en su vida:
—Mamá, te quiero mucho.
La respuesta de la madre fue:
—Es tu obligación quererme, ¡después de todo lo que he hecho por ti!...
A su hijo como a mí se nos partió el corazón.
Sin duda, todos los padres deseamos que nuestros hijos sean buenas personas, generosos con nosotros y con los demás, y automáticamente lo serán si primero lo reciben con amor de nosotros, sus padres. ¿Cómo dar algo que no se ha recibido ni siquiera en los años de la más tierna infancia?, ¿cómo aprender a ser generoso cuando lo que se nos dio tuvo siempre el sello de "me lo debes"?, ¿cómo aprender a dar si no recibimos?
Pero por favor no me malinterpretes. No quiero decir que les des a tus hijos todo lo que pidan, no quiero decir que jamás les exijas que cooperen y te ayuden o que no les pidas que reconozcan, aprecien, valoren y cuiden lo que les das y lo que haces por ellos. Quiero decir que abraces amorosamente tu sagrado compromiso de ser padre y que cualquier gasto, sacrificio, renuncia o esfuerzo que hagas en su cumplimiento, intentes hacerlo desde el amor, lo intentes al menos.
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