Tomado del Libro "Mujeres que Aman demasiado" de Robin Norwood
Es una mujer de buen corazón enamorada de un oportunista; lo ama a pesar de sus modales perversos que ella no entiende.

"¿Por qué lo tolera?"
"De todos modos, ¿qué ve en él? Podría llevar una vida mucho mejor."
La gente tiende a decir
esta clase de cosas sobre una mujer que ama demasiado, al observar lo
que parecen ser sus nobles esfuerzos por mejorar una relación
aparentemente insatisfactoria. Pero las pistas que permiten explicar el
misterio de su devoto apego por lo general se pueden encontrar en las
experiencias que tuvo cuando niña: La mayoría de nosotras crecemos y
continuamos en los roles que adoptamos en nuestra familia de origen.
Para muchas mujeres que
aman demasiado, esos roles a menudo implicaban negar nuestras propias
necesidades e intentar satisfacer las de otros miembros de la familia.
Tal vez las circunstancias nos obligaron a crecer demasiado rápido, a
asumir prematuramente responsabilidades de adultas porque nuestra madre o
nuestro padre estaban demasiado enfermos física o emocionalmente para
cumplir con sus funciones propias. O quizás alguno de nuestros padres
estuvo ausente debido a su muerte o a un divorcio y nosotras tratamos de
tomar su lugar, ayudando a cuidar tanto a nuestros hermanos como al
progenitor que nos quedaba. Tal vez nos convertimos en la madre de la
familia mientras nuestra madre trabajaba para mantenemos. O quizá
vivimos con ambos padres, pero debido a que uno de ellos estaba furioso o
frustrado o infeliz y el otro no reaccionaba a eso con apoyo, nos
encontramos en el rol de confidentes, oyendo detalles de su relación que
eran demasiada carga para que pudiéramos manejarla emocionalmente.
Escuchábamos porque
teníamos miedo de las consecuencias que podrían aquejar al progenitor
que sufría si no lo hacíamos, y miedo de la pérdida de amor si no
cumplíamos el rol que nos había tocado en suerte. Por eso no nos
protegíamos, y nuestros padres tampoco nos protegían, porque necesitaban
vernos más fuertes de lo que éramos en realidad. Si bien éramos
demasiado inmaduras para esa responsabilidad, terminamos protegiéndolos a
ellos. Al ocurrir esto, aprendimos a edad demasiado temprana y
demasiado bien a cuidar a todos menos a nosotras mismas. Nuestra propia
necesidad de amor, atención, cariño y seguridad quedó insatisfecha
mientras fingíamos ser más poderosas y menos temerosas, más adultas y
menos necesitadas, de lo que realmente nos sentíamos.
Y habiendo aprendido a
negar nuestro propio anhelo de que nos cuidaran, crecimos buscando más
oportunidades de hacer lo que habíamos aprendido a hacer tan bien:
preocuparnos por las necesidades y exigencias de los demás en lugar de
admitir nuestro miedo, nuestro dolor y nuestras necesidades
insatisfechas. Hace tanto tiempo que fingimos ser adultas, que pedimos
tan poco y hacemos tanto, que ahora nos parece demasiado tarde para
esperar nuestro turno, entonces seguimos ayudando, con la esperanza de
que nuestro miedo desaparecerá y nuestra recompensa será el amor.
La historia de Melanie
viene al caso como ejemplo de la manera en que el hecho de crecer
demasiado rápido con demasiadas responsabilidades -en este caso, la de
reemplazar a un progenitor ausente- puede crear una compulsión de
atender a los demás.
¿Por qué una joven tan
brillante, atractiva, enérgica y capaz como Melanie necesitaría una
relación tan cargada de dolor y penurias como la que tenía con Sean?
Porque para ella y para otras mujeres que han crecido en hogares
profundamente infelices, donde las cargas emocionales eran demasiado
pesadas y las responsabilidades demasiado grandes, para estas mujeres lo
agradable y lo desagradable se han confundido y mezclado hasta llegar a
ser una misma cosa.
Más aun, el sentido de
valor que ella desarrolló era el resultado de haber cargado con
responsabilidades que sobrepasaban su capacidad de niña. Ganó aprobación
trabajando duro, atendiendo a los demás, y sacrificando sus propias
necesidades. Fue así como el martirio también llegó a formar parte de su
personalidad y se combinó con su complejo de salvadora para hacer de
Melanie un verdadero imán para alguien que implicara problemas, alguien
como Sean. Debido a las inusuales circunstancias de su niñez, lo que de
otra manera habrían sido sentimientos y reacciones normales se
exageraron peligrosamente en Melanie. Resultará útil hacer un breve
repaso de algunos aspectos importantes del desarrollo infantil a fin de
entender mejor las fuerzas que estaban en juego en la vida de Melanie.
Para los niños que crecen
en una familia nuclear, es natural tener fuertes deseos de deshacerse
del progenitor de su mismo sexo para poder tener al amado progenitor del
sexo opuesto sólo para ellos. Los niñitos varones desean de corazón que
papá desaparezca para tener todo el amor y la atención de mamá. Y las
niñitas sueñan con reemplazar a su madre como la esposa de papá. La
mayoría de los padres han recibido "propuestas" de sus hijos del sexo
opuesto que expresan este anhelo. Un varón de cuatro años dice a su
madre: "Cuando sea grande me casaré contigo, mami." O una niña de tres
años dice a su padre: "Papi, tengamos una casa tú y yo solos, sin mami."
Estos anhelos muy normales reflejan algunos de los sentimientos más
fuertes que experimenta una criatura. Sin embargo, si algo llegara a
ocurrir al rival envidiado y eso ocasionara un daño o la ausencia de ese
progenitor en la familia, el efecto sobre la criatura sería devastador.
Cuando en una familia así
la madre sufre alteraciones emocionales, enfermedades físicas graves o
crónicas, alcoholismo o drogadicción (o si está ausente física o
emocionalmente por cualquier otro motivo), entonces la hija (por lo
general la hija mayor, si hay dos o más) es elegida casi invariablemente
para suplir el puesto vacante debido a la enfermedad o la ausencia de
la madre. La historia de Melanie ejemplifica los efectos de tal
"ascenso" en una niña. Debido a la presencia de una enfermedad mental
debilitante en su madre, Melanie heredó el puesto de jefe femenino de la
casa. Durante los años en que su identidad estaba en formación, ella
fue, en muchos aspectos, la compañera de su padre más que su hija. Al
discutir y organizar los problemas de la casa, funcionaban como equipo.
En cierto sentido, Melanie tenía a su padre para ella sola porque tenía
con él una relación que era profundamente diferente de la que tenían con
él sus hermanos. Era casi su par. Además, durante varios años, ella fue
mucho más fuerte y estable que su madre enferma. Eso significó que los
deseos infantiles normales de Melanie de tener a su padre para ella sola
se cumplieron, pero a costa de la salud de su madre y, finalmente, de
la vida de ésta.
¿Qué sucede cuando los
deseos infantiles de librarse del progenitor del mismo sexo y de obtener
al progenitor del sexo opuesto para uno solo se cumplen? Hay tres
consecuencias extremadamente poderosas, que determinan el carácter y
obran en forma inconsciente. La primera es la culpa. Melanie se sentía
culpable al recordar el suicidio de su madre y su propia incapacidad de
evitarlo, la clase de culpa que se experimenta en forma consciente y que
cualquier miembro de la familia siente naturalmente ante una tragedia
así. En Melanie, esa culpa consciente se vio exacerbada por su
super-desarrollado sentido de la responsabilidad por el bienestar de
todos los miembros de su familia. Pero además de esta pesada carga de
culpa consciente, ella llevaba otra carga más pesada aun.
El cumplimiento de sus
deseos infantiles de tener a su padre para ella sola produjo en Melanie
una culpa inconsciente además de la culpa consciente que sentía por no
haber podido salvar a su madre mentalmente enferma del suicidio. Esto, a
su vez, generó un impulso de compensación, una necesidad de sufrir y
soportar penurias a modo de expiación. Esta necesidad, combinada con la
familiaridad de Melanie con el rol de mártir, creó en ella algo cercano
al masoquismo. Había bienestar, si no verdadero placer, en su relación
con Sean, con todo su dolor, soledad y abrumadora responsabilidad
inherentes.
La segunda consecuencia
son los sentimientos inconscientes de incomodidad ante las implicaciones
sexuales del hecho de tener al progenitor deseado para uno mismo.
Comúnmente, la presencia de la madre (o, en estos días de divorcios
frecuentes, la de otra compañera o pareja sexual para el padre, como una
madrastra o novia) proporciona seguridad tanto al padre como a la hija.
La hija está en libertad de desarrollar un sentido de sí misma como
alguien atractivo y amado a los ojos de su padre, y al mismo tiempo
sentirse protegida de un cumplimiento abierto de los impulsos sexuales
que inevitablemente se generan entre ellos, por la fuerza del vínculo de
su padre con una mujer adulta adecuada.
Entre Melanie
y su padre no se desarrolló una relación incestuosa, pero dadas las
circunstancias bien podría haber sucedido. La dinámica que operaba en su
familia está presente con mucha frecuencia cuando se desarrollan
relaciones incestuosas entre padres e hijas. Cuando una madre, por el
motivo que fuere, abdica de su rol apropiado como pareja de su esposo y
madre de sus hijos, y provoca el ascenso de una hija a ese puesto, está
obligando a su hija no sólo a asumir sus responsabilidades sino también
la expone al riesgo de convertirse en objeto de los impulsos sexuales de
su padre. (Si bien aquí se podría interpretar que toda la
responsabilidad es de la madre, en realidad el hecho de que haya incesto
es completa responsabilidad del padre. Esto se debe a que, como adulto,
es su deber proteger a su hija en lugar de usarla para su propia
gratificación sexual.)
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Por otro lado, aun cuando
el padre nunca encare a su hija sexualmente, la falta de un vínculo
fuerte entre los padres y la asunción por parte de la hija del rol
materno en la familia sirven para acrecentar los sentimientos de
atracción sexual entre padre e hija. Debido a su relación estrecha, es
probable que la hija tenga una conciencia incómoda de que el interés
especial de su padre por ella tiene ciertos matices sexuales. O bien la
inusual accesibilidad emocional del padre puede hacer que la hija
concentre en él sus nacientes sensaciones sexuales más de lo que lo
haría en circunstancias normales. En un esfuerzo por evitar la
violación, aun en pensamiento, del poderoso tabú del incesto, tal vez
ella se insensibilice a la mayoría o incluso a todos sus sentimientos
sexuales. La decisión de hacerlo, nuevamente, es inconsciente, una
defensa contra el más amenazador de los impulsos: la atracción sexual
hacia un progenitor. Como es inconsciente, esta decisión no se examina
ni se revierte con facilidad.
El resultado es una joven
que puede sentirse incómoda con cualquier sentimiento sexual, debido a
las inconscientes violaciones del tabú que se asocian con ellos. Cuando
esto sucede, la atención maternal puede ser la única forma inocua de
expresar amor. La forma principal en que Melanie se relacionaba con Sean
consistía en sentirse responsable por él. Hacía mucho tiempo que eso se
había convertido en su manera de sentir y expresar amor. Cuando Melanie
tenía diecisiete años, su padre la "reemplazó" por su nueva esposa, un
matrimonio que ella, aparentemente, recibió con alivio. El hecho de que
sintiera tan poca amargura por la pérdida de su rol en el hogar quizá se
haya debido, en gran parte, a la aparición de Sean y sus compañeros de
cuarto, para quienes Melanie realizaba muchas de las mismas funciones
que había llevado a cabo antes en su casa. Si esa situación no hubiera
llegado a convertirse en un matrimonio con Sean, Melanie podría haberse
enfrentado a una profunda crisis de identidad. Pero no fue así; Melanie
quedó embarazada de inmediato y así volvió a recrear su rol de
encargada, mientras Sean cooperaba comenzando, al igual que el padre de
Melanie, a ausentarse gran parte del tiempo.
Ella le enviaba dinero
aun mientras estaban separados, compitiendo con la madre de Sean para
ser la mujer que lo cuidaba mejor. (Era una competencia que ya había
ganado a su propia madre, en relación con su padre.) Durante su
separación de Sean, cuando aparecieron en su vida otros hombres que no
necesitaban sus cuidados maternales y que, de hecho, trataron de
invertir los roles ofreciéndole la ayuda que tanto necesitaba, no pudo
relacionarse con ellos emocionalmente.
Sólo se sentía cómoda
proporcionando atención. La dinámica sexual de la relación de Melanie
con Sean nunca había proporcionado el poderoso vínculo entre ellos que
sí creaba la necesidad de Sean por la atención de Melanie. De hecho, la
infidelidad de Sean simplemente proporcionó a Melanie otro reflejo de su
experiencia infantil. Debido al avance de su enfermedad mental, la
madre de Melanie se convirtió en una cada vez más vaga, apenas visible
"otra mujer" que estaba en la habitación trasera de la casa, emocional y
físicamente apartada de la vida y los pensamientos de Melanie.
Melanie manejaba su
relación con su madre manteniendo la distancia y evitando pensar en
ella. Más tarde, cuando Sean se interesó por otra mujer, ésta también
era alguien vago y distante, a quien Melanie no percibía como una
verdadera amenaza a lo que era, al igual que su anterior relación con su
padre, una sociedad algo asexual pero práctica. No olvidemos que el
comportamiento de Sean no carecía de precedentes. Antes de se casaran,
su patrón establecido de conducta había consistido en buscar la compañía
de otras mujeres al tiempo que permitía que Melanie se ocupara de sus
necesidades prácticas, menos románticas.
Melanie lo sabía y, aun
así, se casó con él. Después del matrimonio, ella inició una campaña
para cambiarlo mediante la fuerza de su voluntad y su amor. Esto nos
lleva a la tercera consecuencia del cumplimiento de los deseos y
fantasías infantiles de Melanie: su creencia en su propia omnipotencia.
Los niños normalmente creen que ellos, sus pensamientos y sus deseos
tienen un poder mágico y que son la causa de todos los acontecimientos
significativos de su vida. Comúnmente, sin embargo, aun cuando una
niñita desee con ardor ser la pareja de su padre para siempre, la
realidad le enseña que eso no es posible. Le guste o no, a la larga debe
aceptar el hecho de que la pareja de su padre es su madre. Es una gran
lección en su joven vida: aprender que ella no siempre puede lograr,
mediante el poder de su voluntad, lo que más desea. En efecto, esta
lección contribuye mucho a deshacer su creencia en su propia
omnipotencia y la ayuda a aceptar las limitaciones de su voluntad
personal.
En el caso de la joven
Melanie, sin embargo, ese poderoso deseo se cumplió. En muchos aspectos
ella reemplazó a su madre. Aparentemente por los poderes mágicos de sus
deseos y su voluntad, ella ganó a su padre para sí misma. Luego, con una
impertérrita creencia en el poder de su voluntad para provocar lo que
deseara, se vio atraída a otras situaciones difíciles y emocionalmente
intensas, las cuales también intentó cambiar por arte de magia. Los
desafíos que más tarde enfrentó sin quejas, armada sólo con su voluntad
-un marido irresponsable, inmaduro e infiel, la carga de criar tres
hijos virtualmente sola, severos problemas económicos y un exigente
programa de estudios además de un trabajo por tiempo parcial- fueron
prueba de ello.
Sean proporcionó a
Melanie un personaje perfecto para realzar sus esfuerzos de cambiar a
otra persona a través del poder de su voluntad, tal como él satisfacía
las otras necesidades fomentadas por el rol pseudo-adulto de Melanie en
su niñez, en el hecho de que le daba amplias oportunidades de sufrir y
soportar, y de evitar la sexualidad mientras ejercía su predilección por
la atención y el cuidado de su familia.
A esta altura debe estar
bien claro que Melanie no fue, de ninguna manera, una víctima
infortunada de un matrimonio infeliz todo lo contrario. Ella y Sean
satisfacían todas las necesidades psicológicas mutuas más profundas. Era
una pareja perfecta. El hecho de que los obsequios monetarios oportunos
de la madre de Sean constituyeran un conveniente impedimento para
cualquier impulso hacia el crecimiento o la madurez era realmente un
problema para ese matrimonio, pero no, como prefería verlo Melanie, El
Problema. Lo que en realidad funcionaba mal era el hecho de que se
trataba de dos personas cuyos patrones inadecuados de vida y cuyas
actitudes hacia la vida, si bien no eran de ningún modo idénticos, se
complementaban tan bien que, de hecho, se capacitaban mutuamente para
seguir siendo infelices.
Imaginemos a los dos,
Sean y Melanie, como bailarines en un mundo en que todos bailan y crecen
aprendiendo sus rutinas individuales. Debido a acontecimientos y
personalidades particulares y, más que nada, al aprender los bailes que
se realizaron con ellos durante toda su niñez, tanto Sean como Melanie
desarrollaron un repertorio único de gestos, movimientos y pasos
psicológicos.
Un buen día se conocieron
y descubrieron que sus estilos distintos de bailar, al hacerlo juntos,
se sincronizaban mágicamente en un dúo exquisito, un perfecto pas de
deux de acción y reacción. Cada movimiento que hacía uno se veía
correspondido por el otro, lo cual daba como resultado una coreografía
que permitía que sus estilos fluyeran sin interrupción, girando una y
otra vez.
Cada vez que Sean se
desligaba de una responsabilidad, ella se apresuraba a asumirla. Cuando
ella reunía para sí todas las cargas de criar a su familia, él se
marchaba con una pirueta, proporcionándole lugar de sobra para ocuparse
del cuidado. Cuando él buscaba otra compañía femenina en el escenario,
ella suspiraba con alivio y apresuraba su danza para distraerse.
Mientras él se alejaba bailando y salía del escenario, ella realizaba un
perfecto paso de espera. Girando una y otra vez...
Para Melanie, a veces era
un baile excitante, a menudo solitario; ocasionalmente, era agotador.
Pero lo último que deseaba era detener el baile que conocía tan bien.
Los pasos, los movimientos, todo le parecía tan bien que estaba segura
de que ese baile se llamaba amor.
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