miércoles, 7 de marzo de 2012

ABANDONADOS...


Extraído del libro Manual para no morir de Amor, escrito por Walter Risso

LA SORPRESA. No creemos que algo así pueda ocurrirnos. ¿Quién lo piensa? ¿Quién se imagina que, en cualquier momento, la persona que amamos nos da la mala noticia de que ya no siente nada o muy poco por nosotros? Nadie está preparado y por eso la mente ignora los datos: “A veces siento que está más distante, que ya no me mira como antes, pero debe ser imaginación mía”. Pero un día cualquiera, tu pareja pide hablar contigo y, con una seriedad poco habitual y una mirada desconocida, te lo dice a quemarropa: “Ya no te quiero, ya no quiero que estemos juntos, es mejor para los dos”. En realidad, tiene razón; es mejor para los dos. ¿Para qué estar con alguien que no te ama? O ¿Para qué estar con alguien a quien no amas? Pero no es consuelo, de nada te sirve la “lógica”, porque había metas, sueños, proyectos… La ruptura no es un acto administrativo y duele hasta el alma; no importa cómo te la empaqueten. 
 
COLAPSO Y ATURDIMIENTO. Una vez te enteras, todo ocurre muy rápido y en el lapso de unos minutos pasas por una montaña rusa emocional. Después del impacto que genera la noticia, la angustia te hace preguntar estupideces: “Estás totalmente seguro? ¿Ya lo pensaste bien?. En realidad, ¿Qué más puede hacer uno sino preguntar y llorar? No obstante, el organismo insiste y una esperanza traída de los pelos, tan lánguida como imposible, te hace especialmente ingenuo: “Lo pensaste bien? ¿No quieres tomarte un tiempo?. ¡Cómo si fuera cuestión de tiempo! Y la respuesta del otro llega como una ráfaga helada: “No, no, ya lo pensé bien…”. En algún momento, echas mano de la manipulación: “No te importa hacerme daño!”. “Y si te arrepientes?”. Silencio. No hay mucho qué responder ni mucho más qué agregar; eso es lo que quiere. Otra vez llanto… La crisis va en ascenso, parece que fueras a reventar, sobre todo porque te das cuenta de que no miente. ¿Habrá algo más insoportable que la seguridad de quien nos deja?

LA PREGUNTA INEVITABLE: ¿POR QUÉ DEJÓ DE AMARME?. Algunas posibilidades: hay otra persona, quiere reinventarse y para eso necesita la soledad (tú serías un estorbo), o simplemente, y esta es la peor: el sentimiento se apagó sin razón ni motivos especiales.
Un hombre me decía entre lamentos: “Lo que lo hace más cruel, lo que más me duele, así parezca absurdo, ¡es que no me dejó por nadie! Nada le impide estar conmigo, sino ella misma…”. Y es verdad, un desamor sin razones objetivas es más difícil de sobrellevar porque la conclusión no se absorbe fácilmente: “Si no hay nada externo, ni amantes, ni crisis, ni una enfermedad, no cabe duda: ¡el problema soy yo!”. Más tarde, sobreviene el repaso histórico, buscando hasta el mínimo error o inventándolo: lo que hicimos mal, lo que podríamos haber hecho mejor y no hicimos, los defectos que deberíamos mejorar (si se nos diera otra oportunidad), en fin, todo lo personal, es rigurosamente examinado.

¿ME ACEPTARÍAS NUEVAMENTE SI PROMETO  CAMBIAR?. Una fuerza desconocida te lleva a pensar que eres capaz de hacer un cambio extremo en tu persona y reconquistar el amor perdido (crees sinceramente que donde hubo algo tan maravilloso, alguna cosa debe quedar). Le cuentas la “buena nueva” a tu ex, le juras que tendrá a su lado a una persona renovada y te haces un haraquiri emocional en su presencia, pero vuelves a encontrarte con el silencio aterrador de antes. Como último recurso, te inventas un optimismo de segunda: “Quizás mañana cambie de parecer, quizás mañana despierte de su letargo”. Y como al otro día no pasa nada, resuelves esperar un poco más y así pasan las horas y los días. Al mes, has bajado cinco kilos y él o ella se mantiene firme en su decisión. Una vez más: ya no te quiere. Es cosa juzgada y te niegas a ver la realidad.


VENCER O MORIR. Cuando todo parece finiquitado, sacas un as de la manga. Desde tu más temprana infancia te enseñaron que nunca había que darse por vencido y a luchar por lo que consideramos justo y valioso, y vuelves a intentar una reconquista. Pero a cada intento, te humillas y el rechazo se confirma. Pensar que las cosas que hacemos por amor nunca son ridículas, es un invento de los apegados: el amor te doblega, te hace arrastrar y, si te descuidas, te acaba. Con el paso de los días, a medida que el abandono se hace evidente, tu autoestima va para abajo. Uno no puede lidiar quijotescamente contra el desamor de la pareja, dos ganas, dos necesidades, dos que “quieran querer”.

Cuando en verdad ya no te quieren, independientemente de las razones y causas posibles, hay que deponer el espíritu guerrero y no dar una batalla inútil y desgarradora. Luchar por un amor imposible, nuevo o viejo, deja muchas secuelas. Mejor sufrir la pérdida de una vez que someterse a una incertidumbre sostenida y cruel; mejor un realismo desconsolador que la fe del carbonero, que nunca mueve montañas.

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