Extraído del libro Manual para no morir de Amor, escrito por Walter Risso
LA SORPRESA.
No creemos que algo así pueda ocurrirnos. ¿Quién lo piensa? ¿Quién se
imagina que, en cualquier momento, la persona que amamos nos da la mala
noticia de que ya no siente nada o muy poco por nosotros? Nadie está
preparado y por eso la mente ignora los datos: “A veces siento que está
más distante, que ya no me mira como antes, pero debe ser imaginación
mía”. Pero un día cualquiera, tu pareja pide hablar contigo y, con una
seriedad poco habitual y una mirada desconocida, te lo dice a
quemarropa: “Ya no te quiero, ya no quiero que estemos juntos, es mejor
para los dos”. En realidad, tiene razón; es mejor para los dos. ¿Para
qué estar con alguien que no te ama? O ¿Para qué estar con alguien a
quien no amas? Pero no es consuelo, de nada te sirve la “lógica”, porque
había metas, sueños, proyectos… La ruptura no es un acto administrativo
y duele hasta el alma; no importa cómo te la empaqueten.
COLAPSO Y ATURDIMIENTO.
Una vez te enteras, todo ocurre muy rápido y en el lapso de unos
minutos pasas por una montaña rusa emocional. Después del impacto que
genera la noticia, la angustia te hace preguntar estupideces: “Estás
totalmente seguro? ¿Ya lo pensaste bien?. En realidad, ¿Qué más puede
hacer uno sino preguntar y llorar? No obstante, el organismo insiste y
una esperanza traída de los pelos, tan lánguida como imposible, te hace
especialmente ingenuo: “Lo pensaste bien? ¿No quieres tomarte un
tiempo?. ¡Cómo si fuera cuestión de tiempo! Y la respuesta del otro
llega como una ráfaga helada: “No, no, ya lo pensé bien…”. En algún
momento, echas mano de la manipulación: “No te importa hacerme daño!”.
“Y si te arrepientes?”. Silencio. No hay mucho qué responder ni mucho
más qué agregar; eso es lo que quiere. Otra vez llanto… La crisis va en
ascenso, parece que fueras a reventar, sobre todo porque te das cuenta
de que no miente. ¿Habrá algo más insoportable que la seguridad de quien
nos deja?
LA PREGUNTA INEVITABLE: ¿POR QUÉ DEJÓ DE AMARME?.
Algunas posibilidades: hay otra persona, quiere reinventarse y para eso
necesita la soledad (tú serías un estorbo), o simplemente, y esta es la
peor: el sentimiento se apagó sin razón ni motivos especiales.
Un
hombre me decía entre lamentos: “Lo que lo hace más cruel, lo que más
me duele, así parezca absurdo, ¡es que no me dejó por nadie! Nada le
impide estar conmigo, sino ella misma…”. Y es verdad, un desamor sin
razones objetivas es más difícil de sobrellevar porque la conclusión no
se absorbe fácilmente: “Si no hay nada externo, ni amantes, ni crisis,
ni una enfermedad, no cabe duda: ¡el problema soy yo!”. Más tarde,
sobreviene el repaso histórico, buscando hasta el mínimo error o
inventándolo: lo que hicimos mal, lo que podríamos haber hecho mejor y
no hicimos, los defectos que deberíamos mejorar (si se nos diera otra
oportunidad), en fin, todo lo personal, es rigurosamente examinado.
¿ME ACEPTARÍAS NUEVAMENTE SI PROMETO CAMBIAR?. Una
fuerza desconocida te lleva a pensar que eres capaz de hacer un cambio
extremo en tu persona y reconquistar el amor perdido (crees sinceramente
que donde hubo algo tan maravilloso, alguna cosa debe quedar). Le
cuentas la “buena nueva” a tu ex, le juras que tendrá a su lado a una
persona renovada y te haces un haraquiri emocional en su presencia, pero
vuelves a encontrarte con el silencio aterrador de antes. Como último
recurso, te inventas un optimismo de segunda: “Quizás mañana cambie de
parecer, quizás mañana despierte de su letargo”. Y como al otro día no
pasa nada, resuelves esperar un poco más y así pasan las horas y los
días. Al mes, has bajado cinco kilos y él o ella se mantiene firme en su
decisión. Una vez más: ya no te quiere. Es cosa juzgada y te niegas a
ver la realidad.
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VENCER O MORIR.
Cuando todo parece finiquitado, sacas un as de la manga. Desde tu más
temprana infancia te enseñaron que nunca había que darse por vencido y a
luchar por lo que consideramos justo y valioso, y vuelves a intentar
una reconquista. Pero a cada intento, te humillas y el rechazo se
confirma. Pensar que las cosas que hacemos por amor nunca son ridículas,
es un invento de los apegados: el amor te doblega, te hace arrastrar y,
si te descuidas, te acaba. Con el paso de los días, a medida que el
abandono se hace evidente, tu autoestima va para abajo. Uno no puede
lidiar quijotescamente contra el desamor de la pareja, dos ganas, dos
necesidades, dos que “quieran querer”.
Cuando
en verdad ya no te quieren, independientemente de las razones y causas
posibles, hay que deponer el espíritu guerrero y no dar una batalla
inútil y desgarradora. Luchar por un amor imposible, nuevo o viejo, deja
muchas secuelas. Mejor sufrir la pérdida de una vez que someterse a una
incertidumbre sostenida y cruel; mejor un realismo desconsolador que la
fe del carbonero, que nunca mueve montañas.
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