Por lo general, la edad más recomendada para que tu hijo
comience la guardería es entre los 18 y los 24 meses de edad. Ten en
cuenta que, a partir de los 18 meses, el bebé ya posee autonomía: comienza
a caminar, dice sus primeras palabras, ha aprendido a jugar con otros
niños y el contacto con su madre ya no es tan necesario. Sin embargo, no existe
una edad consenso entre los profesionales. La Academia Americana de
Psiquiatría Infantil y Adolescente recomienda la edad de tres años como una
buena edad para mandar al niño a la guardería.
Los expertos indican que durante los primeros años de vida
el mejor lugar para tu pequeño es su hogar. Y es que los especialistas en desarrollo
infantil mantienen que lo ideal es dejar al niño en la guardería a partir de
los 2-3 años, pero no antes. La figura de la mamá o del papá o, en su defecto,
de una figura representativa constante que el bebé pueda tomar como referente
durante sus primeros meses de vida, es necesaria para el adecuado desarrollo
emocional del bebé.
Durante esos primeros meses de vida, el bebé necesita un
contacto directo con alguien todo el día y eso no suele satisfacerse con una cuidadora
de guardería, que tiene que prestar atención a otros bebés también. Por tanto,
no es una cuestión de competencia profesional, sino de desarrollo psíquico y de
ofrecer al bebé lo que necesita. Por tanto, cuando los bebés tienen menos de 2
años, si es posible, es más recomendable que sigan en casa con sus papás.
En el caso de que no puedas estar junto a tu bebé durante
sus primeros meses de vida, debes tener más cuidado al elegir guardería. Tiene
que ser un lugar con personal especializado para atender a menores de dos años
y que brinde atención individualizada y estimulante para que el bebé se sienta
muy querido, casi como en casa.
En la mayoría de los casos son las necesidades de los padres
y las circunstancias familiares las que determinan que el bebé tenga que ir
antes o después a la guardería. Si tiene que ir un poco antes, la guardería le
vendrá bien para relacionarse con otros niños, ganar en autonomía y prepararse
para cuando comience la escuela. Su desarrollo y su lenguaje también puede
verse favorecido por la guardería. En general, en el jardín de infancia, los
niños ganan autonomía, pierden el miedo a la separación de la madre y se
relacionan con otros niños.
Por este motivo, otros especialistas
en la materia consideran que la edad más recomendable para que el niño empiece
la guardería es entre los 18 y los 24 meses, ya que a partir del año y medio,
el niño ya tiene cierta autonomía.
Otro tema que nos preocupa mucho a los padres es el de las enfermedades, ya que cuando los pequeños empiezan la guardería suelen comenzar con mocos a las pocas semanas y no los sueltan hasta junio. En este sentido, conviene destacar que el sistema inmunitario del bebé es más inmaduro durante sus primeros meses de vida y evoluciona con el crecimiento, pero por otro lado, se activa rápidamente ante los estímulos de los agentes infecciosos como bacterias y virus. En contacto sucesivo con los agentes patógenos, las defensas del niño se fortalecen y el organismo activará su “memoria” inmunológica cuando entre de nuevo en contacto con el mismo virus o bacteria. Por lo tanto, puede que el niño enferme más a menudo en la guardería o el colegio, sin embargo, en compensación, habrá creado ya defensas para enfrentarse a los virus y a las bacterias en etapas sucesivas. No obstante, es importante controlar que, cada vez que enferme el bebé, se trate de trastornos y enfermedades diferentes, porque las recaídas pueden suponer una mala curación de la enfermedad o unas defensas débiles o insuficientes.
Otro tema que nos preocupa mucho a los padres es el de las enfermedades, ya que cuando los pequeños empiezan la guardería suelen comenzar con mocos a las pocas semanas y no los sueltan hasta junio. En este sentido, conviene destacar que el sistema inmunitario del bebé es más inmaduro durante sus primeros meses de vida y evoluciona con el crecimiento, pero por otro lado, se activa rápidamente ante los estímulos de los agentes infecciosos como bacterias y virus. En contacto sucesivo con los agentes patógenos, las defensas del niño se fortalecen y el organismo activará su “memoria” inmunológica cuando entre de nuevo en contacto con el mismo virus o bacteria. Por lo tanto, puede que el niño enferme más a menudo en la guardería o el colegio, sin embargo, en compensación, habrá creado ya defensas para enfrentarse a los virus y a las bacterias en etapas sucesivas. No obstante, es importante controlar que, cada vez que enferme el bebé, se trate de trastornos y enfermedades diferentes, porque las recaídas pueden suponer una mala curación de la enfermedad o unas defensas débiles o insuficientes.
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